Adaptación [Priv.]

Su barco estaba a punto de abandonar Talasa, y como un niño regañado había subido a él. Para Nate habría sido sencillo crear un portal para llegar a Grecia, pero Julian insistió en que la barrera protectora de Athena anularía la magia que utilizaba para viajar alrededor del mundo. Los medios de transporte convencionales no eran del agrado del general marino, pero si era el deseo de Poseidón que el guardián de Talasa abandonara la isla para cumplir con una misión especial no podía rehusares. Dedujo que era el más indicado para el trabajo. El ejército del dios de los mares había sufrido numerosas bajas recientemente, en su mayoría se trataba de soldados que estaban en desacuerdo con la voluntad de Poseidón. Las prisiones de Talasa estaban a reventar, no podía enlatar a otra sardina problemática.

-Siempre puedo enviarlos a un volcán activo.

Miró Talasa una última vez antes de meterse en su camarote por el resto del viaje. Recordaba la plática que tuvo con Julian Solo la noche anterior, quien le había ordenado que emprendiera un viaje a Grecia para vigilar el reino de Athena y ser de ayuda en caso de que fuera necesario. Nate pensaba que no era una excelente idea actuar como un espía, recordándole a Julian que hacer cosas buenas que parecían malas siempre terminaba mal, y en ese caso el que podía terminar mal era él. No deseaba ser atravesado por un ejército entero, no otra vez. El Santuario y Talasa vivían un período de paz, pero eso no significaba que los caballeros de Athena no se opondrían si llegaban a descubrirlo.

"Entonces debes ser cuidadoso para que no te descubran. Estarás bien" Le aseguraba Julian. Nate hizo lo de costumbre, cerrando sus ojos y asintiendo. Era un soldado obediente, no era su intención contrariar las órdenes del dios de los mares, aunque eso implicara peligro.

Desde la proa contemplaba el movimiento de las olas del mar con los antebrazos recargados en la barandilla del barco. ¿Cuándo había sido la última vez que se había tomado el tiempo de hacer un viaje largo? Tener la ocarina encantada de Tritón le daba acceso a todo tipo de mundos y lugares. Era como poseer acceso a la biblioteca más grande del planeta. Miró la ocarina, la cual se encontraba en su forma de armónica. Recordaba que al principio todas las canciones que tocaba con ella sonaban horribles, incluso llegaron a lanzarle un gato en una ocasión para que dejara de armar escandalo.

-Podría practicar un poco- se humedeció los labios, pero antes de que éstos pudieran hacer contacto con el instrumento vio a Lapis acercándose. Guardó el instrumento apresuradamente detrás de su espalda, levemente sonrojado. No sabía por qué le daba vergüenza, sólo era su reacción natural. Reservaba sus pasatiempos para sí mismo y ser visto por otra persona le causaba incomodidad, quizá por temor a que se burlaran de él.

-No tuve otra opción. Era subir a esta nave o darme de narices contra la barrera que protege el Santuario de Athena. He sido relevado de mis obligaciones como protector de Talasa, ¿Qué hay de ti?- Le dijo a la mujer, devolviendo la sonrisa. Saludó con la mano al hombre que conducía el carruaje. Había optado por ser algo más amigable en esa época de lo que lo fue en su encarnación anterior. La mirada de Nate cambió drásticamente cuando escuchó a Lapis decir que tenía una pista del paradero de su espada. La sujetó por los costados de los brazos y la acercó, mirándola a los ojos con sus melancólicos ojos verdes que ahora se mostraban esperanzados para ella-¿Es en serio lo que dices? Mi espada... Gracias Lapis- dijo el joven, recuperando la compostura y soltando los delicados brazos de la mujer fantasmal. Estaba exaltado, feliz, nostálgico, pero sobre todo estaba incrédulo, como si no pudiera creer las palabras de la mujer. Necesitaba procesarlo. -Mi espada, aún existe- se dijo a sí mismo, mirando hacia el inmenso mar.

La tenue sonrisa en el rostro de Nate fue rápidamente cambiada por una expresión que denotaba inquietud. Vortigern era una espada especial, pero sólo pocas personas conocían sus poderes. ¿Podría tratarse de un demonio? No imaginaba a un hombre mortal tan longevo como para conocer la historia de esa espada demoniaca. -¿Alguien más la está buscando? Me intriga. Es inesperado.- dijo con un semblante lleno de astucia, barajando más posibilidades en su mente.-Ese sujeto no es una persona ordinaria. Para acceder a la espada debes poder bajar a los mismos infiernos, y no hay hombre vivo que pueda realizar tal hazaña sin tener el favor de los dioses. O ser un muerto resucitado- Nate se cruzó de brazos y miró a la mujer fantasmal.

-Tengo que recuperarla. Esa espada es... lo único que tengo de él, lo sabes...- Nate llevó la mano a su pecho. Él estaba enlazado con esa espada, y sentía que si algo le pasaba también podría tener consecuencias para él. -Si tengo que pelear por ella, pelearé sin importar lo peligroso que sea- le dijo a Lapis, convencido de su decisión. -Las respuestas que necesito están en el Santuario- repitió, clavando su mirada en la mujer de azul.-Explícame. ¿Por qué las respuestas que estoy buscando se encuentran en el Santuario? Tienes que ser más especifica, sin tanto misterio- Nate se apartó de Lapis, observando el horizonte. Grecia se encontraba ya muy cerca.

-Disculpa, no debí decir eso, fue grosero de mi parte. Ya estás haciendo mucho por mí al revelarme esta valiosa información. Las viejas costumbres no se olvidan fácilmente- se disculpó con ella, recordando que en el pasado siempre había sido muy cortante y directo. -Parece que tendré que hacer trabajo de investigación llegando al Santuario de Athena. Las cosas pueden ponerse interesantes. Cuando salí de casa por primera vez tampoco tenía pistas de lo que buscaba, y de algún modo pude encontrarlo- si algo podía mover a Nate era su curiosidad. Deseaba conocer la identidad del hombre que quería su espada, con qué propósito y más importante todavía, cómo sabía de su existencia.

La rueda se movió. Sus radios, indetenibles, aplastaron la tierra y fijaron los hilos del destino. Átropos, Lakhesis y Clotho dictaron sentencia, condenando al invierno en más de un sentido: el dios del engaño sellado en su treta final; la diosa de oro encerrada en un eje del mundo; el granate infernal hundido en el corazón de la primavera. Nieve, fuego, sangre, los tres devueltos a moradas centenarias, incluso de milenios.

Tras ellos, el desorden.

Un batir de alas se oyó, marcando la danza de la lamentación.

'Cazador de demonios.'

El hombre de cabello y plumas negras materializó su figura frente al joven de isla Talasa, agitando su acero. Alrededor de aquel, ocho pétalos de energía marcaron sendas muescas en la roca y tras un ademán final, la espada de guarda de loto se hundió frente a sus pies, brillando con la luz que chocaba sobre el metal pulido.

'Tienes una nueva presa.'

Observando, dejó que el sello de lodo se desvaneciera por completo: un destello escarlata llenó el aire, partiendo el metal, liberando la bestia iracunda.

Aquel era Ira, en su último grito antes de calcinar la energía remanente de la corona de granada. Como un rostro de llama líquida, sus colmillos amenazaron al cazador, manando un cosmos distintamente maligno, denso. Infernal.

'¿Puedes matar al diablo sin hueso vegetal?'

Incógnita. Una que determinaría su valor. Una que vería si merecía el filo manchado. Vortigern.

Lo primero que hizo después de arribar en el puerto fue buscar un lugar para pasar la noche. Pensaba llegar al Santuario la mañana del día siguiente. Su búsqueda de un lugar para descansar fue en vano. Todo estaba ocupada, incluso los motelas baratos. Se vio en la necesidad de pasar la noche cerca de la playa, escondido en una zona de rocas salientes con formas irregulares para no llamar la atención. No le gustaba leer sus libros con la mirada curiosa de otras personas encima, necesitaba de su privacidad.

Estaba por instalarse cuando se sintió observado. Dejó la mochila en el suelo y dio un salto hacia el frente, parándose sobre una roca enorme que le proporcionaba mejor visibilidad del terreno. No fue necesario buscarlo, él mismo se apareció. Lo primero que escuchó fue un aleteo, después la hoja de su espada cortando el viento. Bueno, eso había sido realmente conveniente,  le ahorraba el trabajo de investigar la zona.

El hombre de cabellera azulada lo llamó cazador de demonios, dejando al castaño con un extraño sabor de boca. Tenía años sin ser llamado de esa forma, más de 400 para ser exacto.

El hombre alado invocó a una criatura demoníaca envuelta con un cosmos que sólo había sentido en los infiernos. Podía sentir el calor de las llamas de su cuerpo acariciando su piel aunque se encontraba a una distancia considerable. Vio sus colmillos punzantes, pensando que había visto criaturas con aspectos más temibles durante sus viajes eternos por el mar. Podía contra eso sin un instrumento especial.

Nate saltó sobre la criatura, pateando su torso y enviándolo a volar cinco metros hacia atrás. La bestia impactó estrepitosamente contra una roca. Era poderoso, pero también podía sentir que la llama que lo mantenía con vida era tenue, sólo tenía que soplar con la fuerza suficiente para separar su cuerpo de ese fragmento de cosmos infernal que aún palpitaba en su interior.

El guerrero del mar colocó los brazos a los costados, cerrando sus ojos. Su piel aún recordaba la malicia de aquellos seres.  Dolor y sufrimiento, así habían sido los últimos momentos de la vida pasada de Nate, los había revivido muchas veces. Demonios desagradables burlándose de él, humillado, desvalido, sin nadie que lo pudiera salvar.

Ya no era ese niño perdido en la oscuridad. Tenía que hacérselo saber a los infiernos para que sus perros de caza dejaran de perseguir su alma.

La bestia se lanzó sobre Nate, amenazándolo con las afiladas navajas que eran sus garras. Cuando la bestia estaba por atravesarlo, el Mariner saltó en el aire y lanzó una patada con la que disparó un haz de energía azul desde la planta de su pie que le arrancó un brazo de cuajo al demonio de la ira. La bestia perdió el equilibrio, estrellando su cabeza contra una roca de dos metros.

Ira se arrastró tras desenterrar su cabeza, arrojándose al ataque sin perder tiempo. Mientras el demonio caía en picada para devorarlo, el brazo derecho de Nate se envolvió con un aura azul, trazando un corte en el aire que se transformó en un potente filo de energía que cortó el cuerpo de Ira por la boca, dejando a la vista su núcleo. Nate tomó el cristal granate entre sus manos mientras observaba los residuos de la criatura en el suelo, luchando por retomar su forma, atraídos por el cristal que sostenía en su mano. Nate pulverizó el cristal de granate a sangre fría, causando que el los restos del demonio se evaporaran.

Dirigió una mirada indiferente hacia el hombre de cabello azulado. No sabía lo que ese hombre pretendía, pero no le gustaba para nada. No estaba dispuesto a ser el entretenimiento de nadie.

Infausta comedia. Para el hijo del cazador de demonios y heredero del título centenario, luchar contra la brasa final de la Ira debía ser un ejercicio matutino. Demostrando su valía, la hipótesis del hombre de cabellos oscuros fue comprobada: luz, valor...celeridad. Tan conjunción en un caleidoscopio cósmico que destelló en un mero y sublime instante.

Menuda curiosidad. Vaya resarcimiento.

'¿Ya heredaste la línea? No debería ser sorpresivo. Eres el hijo de ese hombre.'

Ojos nocturnos, fieros e indomables, penetraron el cuerpo de aquel que probaba su valor. De todo lo que observó, su entera disposición detalló los finos dedos enfundados en energía filosa, sublime y etérea.

La prueba de la Cabra Montesa. El filo legendario. La hoja sagrada.

'Eres y no eres su hijo ¿cierto? Lo que tengo frente a mi es solo otro giro de la rueda, otro radio renovado tras el rompimiento del predecesor.

Está bien. No es que importe ¿no lo crees?'

Un aleteo, un acercamiento. De un gesto ocho anillos rojos aparecieron y se alinearon, convirtiéndose en una espiral de revelación. En la diestra del ángel apareció la espada. Vortigern.

'Tu búsqueda terminó.'

Un giro y un empalamiento. A los pies de Nathaniel quedó el arma demoníaca.

'Te devuelvo esto.'

Un aleteo lo alejó, contraponiendo su estatura y alas contra la luz celeste.

'Camino al Santuario ¿no es así? Ve tus pasos, cuidado donde andas.'

Cosmos azul burbujeo desde sus plumas, helando la playa.

'Ya el fin se acerca.'

En un aleteo final, desapareció.

"Eres el hijo de ese hombre", al escuchar eso Nate confirmó lo que había sospechado desde que fue llamado cazador de demonios. -Ya no soy su hijo de sangre, pero mi alma aún está emparentada con la de él. Es un lazo más fuerte que el de la carne, uno que no se deshace con la muerte- era el mismo hilo que había utilizado para rastrear el alma de su padre la primera vez, descubriendo que éste había decidido comenzar desde cero olvidando lo sucedido en sus vidas anteriores.

-¿Tú eres....?- no pudo completar la pregunta, dejó de ser prioridad cuando vio lo que había aparecido en las manos del hombre de cabello oscuro. Era su espada, la original. Podía ver la firma del creador flotando sobre ella, el nombre de su predecesor escrito en cursiva con arabescos de cosmos rojo que sólo el portador del linaje del cazador podía ver. Cuando comenzó su primer viaje era incapaz de verla con nitidez, pero en ese momento ésta se mostraba con total claridad.


Cuando levantó su vista del lugar en el que el hombre misterioso dejó la espada para él éste se alejó con un aleteo. Sólo pudo extender su mano hacia él, quedándose con un "No te vayas" atrapado en la garganta. La playa quedó cubierta por una capa de hielo que hizo que Nate se sintiera melancólico. Esas alas, la larga cabellera, el cosmos de hielo que heló el ambiente, los rasgos representativos de un conocido que tenía una conexión con los que fueron su padre y madre en otra vida. Lamentaba no haber podido preguntarle por el alma de la segunda, desconocía su paradero -Sentencia- dijo el menor antes de extraer a Vortigern de la roca.

Ahora que la espada había regresado a sus manos, pensando que al recibirla de nuevo estaba aceptando continuar el legado de su padre. Ya no se trataba de sobrevivir y esconderse, el cazador de demonios tenía una función diferente en el plan cósmico.