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Mensaje por Invitado Dom Nov 19, 2017 6:38 pm

De alguna manera, la mujer se las había ingeniado para retrasar su regreso al que hasta ese momento había sido su hogar. Aquella sería la última vez que recorrería los caminos que desde su niñez sus pies cansinos anduvo en penitencia. El campamento de aspirantes se encontraba sumido en el silencio más tranquilo, las áreas de pelea y ejercicio vacíos y llenos de sombra. Todo parecía sumergido en el olvido del mundo y solo la dama de cabello dorado les recorría, admirando aquellos detalles que nunca deseo apreciar. Aquel era el final y el horizonte comenzaba a iluminarse con los primeros tintes del día naciente.

Abrió la puerta y se introdujo en el pequeño huacal que le había albergado. Cada cosa se encontraba en el mismo lugar, ajena al abrupto cambio que se operaba en torno a su dueña. Los libros en los libros, las prendas limpias y arrugadas que poblaban el sofá de la diminuta sala en la que nunca pudo descansar testigos mudos de su llegada silenciosa. Desconcertada se quedó contemplando aquel fantasma pálido que ocupaba un espacio en el suelo. La armadura que había sido su cruz desde el momento de su nacimiento.

Frunció levemente el ceño al acercarse a ella, sentir su latir al tocar el frio metal de la caja de Pandora. La resonancia que escuchaba en su interior era más débil, lejana y huraña. ¿Acaso le reclamaba el desenlace de su camino juntas? ¿Aquel objeto frio podía tener un alma? Muchos decían que era así, ella creía que lo mejor era negarlo. Con rapidez aparto su mano y alejo su cuerpo hacia la habitación, no deseando estar cerca de aquel incomodo monolito que parecía reclamarle en silencio.

A la entrada de su cuarto trato de pensar en aquellas cosas que podrían serle de utilidad, de entre sus escasas pertenencias había poco que le interesaba en realidad. Un par de fotos, un collar sin valor monetario y los pocos ahorros que había logrado acumular en aquel trabajo mal pagado. Tenía que ser suficiente, no había vuelta atrás.

Con rapidez reunió todo aquello y lo metió en una vieja mochila que ocupaba un oscuro y polvoso rincón en su armario. Agrego un par de cambios de ropa y el cargador de su celular. No había nada más que deseaba llevar consigo. Miro hacia la ventana y observo como el cielo comenzaba a tornarse rosáceo. El sonido lejano de pasos y pláticas indicaba que los aspirantes iniciaban el diario y cansado trabajo de su profesión. No habría tiempo para despedirse de sus padres y hermanos, lo mejor era irse con lo último de las sombras, escabullirse cual ladrón al amanecer. Sin mirar atrás comenzó a alejarse de aquel que había su hogar, el corazón contraído en su pecho pero con la certeza de que aquello había sido lo mejor… ¿o no?
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