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Mensaje por Invitado Sáb Abr 23, 2016 11:32 pm

Los pasos del guiverno eran firmes y a su vez imponentes, pues el acero de su sapuri hacía que su calzado resonara a través del pasillo por el que Radamanthys caminaba. Su gesto era firme, y su cabello se movía al compás del ritmo de su caminata, pues esta ocasión no llevaba el yelmo de su majestuosa sapuri. Sus manos estaban cerradas, formando los puños que habían aplastado a numerosos enemigos del señor Hades en esta vida y en las vidas anteriores.

Su destino era la sala del arpa en donde la señorita Pandora solía tocar hermosas melodías ya fuera para sí misma o para los pocos dignos oyentes que ella invitaba; un ejemplo notable de estos eran cada uno de los tres jueces del Infierno, quienes ya habían sido invitados a escuchar esas maravillosas piezas de arte que, particularmente, Radamanthys se jactaba de presumir de haber oído en más de una ocasión.

Las alas de su sapuri se mantuvieron firmes mientras avanzaba, siendo estas aquellas cuya mayor impresión daban sobre la figura del Juez; una silueta que apartaba a todos los esqueletos de su camino debido al temor que este infundía con su fría mirada y su imponente ser.

Al cabo de unos minutos más, Radamanthys cruzó el umbral de las puertas de aquella sala, donde en su centro se podía vislumbrar el majestuoso instrumento musical de la mujer que comandaba sus movimientos como su general.
Radamanthys no hizo un movimiento falto de necesidad; se quedó parado por un momento en la puerta, abierta, para luego avanzar hacia los escalones que daban con el asiento del arpa. Se arrodilló y cerró sus ojos, seguido a esto los espectros que estaban haciendo guardia fuera de la recámara cerraron la puerta a su espaldas.

- ¿Me ha llamado, señorita Pandora?

Dijo el Juez con una voz suave que solamente se presentaba cuando estaba frente a la mandamás del Castillo Heinstein, pues por obvias razones, el señor Hades prefería quedarse en Giudecca. Abrió los ojos y mantuvo su mirada fija en el suelo que pisaba la doncella oscura del ejército de Hades, pues aún se sentía indigno de atreverse a mirarla a los ojos.
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Mensaje por Invitado Dom Abr 24, 2016 9:31 am

Las suaves notas de una melodía se hacían eco por los interminables pasillos de aquel castillo que desde su nacimiento fue su hogar. Sus dedos gráciles conformaban movimientos de apariencia leve, sin premeditación que en el fondo eran precisos, cautos. Conocía la canción, por alguna extraña razón aquella melodía resonaba en su mente una y otra vez, en sueños, en sus pesadillas. No sabía determinar si se trataba de algo que debería gustarle o si por el contrario debería odiar esa canción con el mismo odio que le profesa a Athena la rival de su señor Hades.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos en el momento que el metálico sonido de la armadura del Wyvern se hacía presente en la estancia donde tranquilamente se encontraba tocando. Continuaba tocando, esta vez mas despacio, de forma más suave esperando escuchar la voz del juez. No se hizo esperar, por lo que una leve y curiosa sonrisa adorno los labios de la mujer la cual abrió los ojos mostrando aquellos orbes violáceos que portaba, centrando ambos en su visitante -Te he llamado Radamanthys de Wyvern, noto cierta ansiedad en tu acciones en los últimos días ¿te aburres en la compañía de tus hermanos jueces, tal vez estás cansado de los muros del castillo?- Sus manos seguían grácilmente acariciando aquellas cuerdas, arrancando sonidos, suaves, lentos como si se trataran de tenues caricias.

Era un secreto a voces que el juez en los últimos días se había mostrado inquieto. Tal vez cansado de esperar su turno, tal vez aburrido de pasar los días encerrado en los muros del castillo Heinstein con la amena compañía de los espectros y sus hermanos jueces. Las femeninas manos cesaron de tocar el arpa, con lentitud la mujer se levanto de su asiento dejando a su lado el dorado instrumento. Sus ojos no se apartaron ni un solo segundo del juez que mantenía su rostro agachado, mirando el suelo -Levanta la cabeza, no creo que el suelo merezca tanta atención- Esperaba que el espectro obedeciera veloz y que respondiera sus preguntas. No podemos decir que la mujer sea especialmente paciente todo lo contrarío era alguien considerado como impaciente.

La mano femenina agarro el negro bastón de su tridente mientras apoyaba el mismo en el suelo y continuaba esperando la respuesta del juez. Una ligera brisa meció los negros cabellos de la mujer mientras sentía como todo estaba apunto de cambiar. Desde luego la vida da muchas vueltas, era una niña tranquila, curiosa, demasiado curiosa, hasta que abrió aquella caja. Desde ese momento su vida a dado demasiadas vueltas y ahora se encuentra encabezando el ejercito de su señor Hades en busca de una victoria en la guerra santa. Realmente el destino era caprichoso y le gustaba jugar con los individuos que viven bajo su sombra.
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Mensaje por Invitado Dom Abr 24, 2016 4:40 pm

Por segundos en los que se encontraba arrodillado ante su señora, Radamanthys se mantuvo abstracto en lo hermoso de sus melodías; un rasgueo significaba un paso más por el túnel de un trance en el que el Juez de los orientales disfrutaba mucho estar. Su mano y su rodilla se mantienen firmes contra el suelo, como si fuera el guiverno la estatua de una persona postrada arrodillada frente a la musa de la muerte. Nada que no fuera Pandora o el mismo Señor Hades podrían despertarlo de dicha concentración que recibía únicamente de la mano de la música que inundaba la barroca recámara.

La voz de la doncella de las tinieblas se hace presente a través de las notas que toca con una elegante delicadeza propia de ella, y es esta voz la que permite que Radamanthys pueda salir del limbo de emociones ocultas que esto le causa. Y es que la verdad, el ímpetu del Espectro de Wyvern era notado solamente por alguien con la percepción de Pandora, pues si bien el Juez mostraba su impaciencia, era su agresividad natural aquella que discernía el mal humor que le causaba mantenerse esperando en el castillo y que, por lo tanto, era desapercibido por ser considerado como "un hábito muy común" el hecho de que el iracundo guiverno estuviera enfadado por X o Y razones.

- Pido una disculpa por notarme así ante su presencia, Señorita Pandora, pero aprovechando su gentileza...

Dice el Guiverno de forma inconclusa mientras presiona un poco más su mano contra el suelo, con una fuerza que era incapaz de romper el suelo, pero que podría hacerlo si aumentara más de lo debido. Cierra los ojos entre un gruñido antes de continuar su deseo de conversar, pues el manifestar sus deseos a alguien es difícil para el Juez Radamanthys, quien intenta abrir su expresividad para poder hablar sin rodeo alguno.

- Sinceramente usted tiene razón. Me pudro en cuatro paredes y un techo, mientras los Santos de Athena y los Marinas de Poseidon ya circulan el mundo como los perros que son. Deben ser eliminados antes de que hagan algo significativo.

La señorita Pandora cesa su música y se dirige a él con una voz tan suave como la de el inicio de su encuentro, lo que obliga a Radamanthys a abrir sus ojos nuevamente y mirar cara a cara a la heráldica del señor Hades. Radamanthys no piensa nada sobre como luce, pues su interés por el momento parece ser netamente laboral, y es por esto que lo que siente hacia ella no es más que un profundo respeto como su superior. Consideró inútil decir algo respecto al comentario sobre el suelo y la atención de la señorita Pandora, por lo que simplemente se limitó a verla tomar su tridente.

- En cualquier caso, señorita Pandora, no creo que el hablar sobre mi restricción sea un asunto fructífero en cuanto a la guerra que se avecina.

La voz de Radamanthys deja de notarse agresiva entre los gruñidos que había dado desde hace una ocasión, ahora es un poco más casual y fluida, pues en el momento en el que su poco talento para expresarse se cierra, es cuando el Juez recupera toda su seguridad, sintiéndose como un Sansón con el cabello recién crecido.
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Mensaje por Invitado Miér Mayo 18, 2016 2:46 pm

La voz del juez dejaban clara su necesidad, su deseo irrefrenable de salir de cacería. En otro momento es posible que la mujer le hubiera permitido salir a jugar con los santos de Athena, tal vez con los perros de Poseidón como bien había descrito a sus seguidores Radamanthys. La sonrisa entre socarrona, divertida y burlesca no desaparecía de sus labios. Parecía que aquella sonrisa no desaparecería nunca del rostro de la líder del ejercito de Hades. Pero por un momento, su sonrisa ceso, tan solo unos instantes para posar sus ojos con cierta gracia y ligera prontitud en la puerta de la sala. Dos golpes, ligeros, suaves se escucharon resonando por la gran estancia. La voz de la mujer no se hizo esperar -¿Quién osa interrumpir una reunión tan importante?- Se podía escuchar claramente la molestía en la voz de la mujer.

No era momento de intrusiones o de molestias semejantes, Pandora se encontraba ocupada con uno de sus jueces y odiaba las interrupciones innecesarias. Un espectro, una sombra pequeña y lánguida se hizo paso por aquellas dos grandes puertas que cerraban el acceso a la recamara de la mujer. Se acerco, con prisa, asustado, incluso se podía escuchar como temblaba ya que la armadura que llevaba sobre su cuerpo replicaba con cada nuevo movimiento y espasmo de su cuerpo. Una vez frente a Pandora, la sombra le entrego una carta, una hoja de papel doblada a la perfección. Sin permitir que el espectro marchara la mujer abrió aquel mensaje y comenzó a leerlo con tranquilidad, sus ojos se movían de lado a lado para poder continuar su lectura hasta que su gesto se torció, su nariz y entrecejo se arrugo y golpeo con fuerza el suelo con el bastón de su tridente.

Su voz esta vez, sonó fuerte, dominante, iracunda -¡¿Cómo es posible?!, ¡¿Porque motivo has esperado hasta este momento para informar de algo semejante?!- En ese momento el tridente de la mujer brillo, un rayo callo de forma sonora y dura sobre el cuerpo del espectro que salió despedido hacia la puerta -¡Marchate!, no quiero mas interrupciones, ¡a quien ose acercarse a la puerta le espera un doloroso tormento!- El espectro salió de aquella sala sin esperar una nueva orden de su señora, había recibido bastante castigo por el simple hecho de ser el mensajero -Estas de suerte juez de Wyvern, parece que podrás salir a jugar pronto, muy pronto- Se notaba que la mujer se encontraba molesta, podríamos decir que ligeramente enfadada como los niños cuando les quitan su juguete favorito. Se giro dando la espalda al juez y volvió a sentarse, derramando un suspiro pensando si era mejor opción eliminar su enojo con castigos hacia sus subordinados, o tocando una nueva melodía en el arpa, un dilema que no tardaría mucho en decidir.
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