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Mensaje por Invitado Dom Sep 11, 2016 2:19 pm

Árida y desprovista de vida era la tierra que se extendía hasta donde el ojo alcanzaba a ver. Su oscuro suelo dejaba en claro que ninguna clase de vida era capaz de prosperar en tan inhóspito sitio. El suelo de aquel lugar confería un aire deprimente que se compaginaba perfectamente con el cielo oscuro bajo el cual se encontraba y es hacia el mismo que dirigió su mirada Lagertha. Una lúgubre combinación de tonos violáceos parecía entremezclarse en remolinos celestes que desanimaban los corazones de aquellos que no poseyeran una oscuridad aún más densa dentro de sus corazones y es que aquel siniestro firmamento profetizaba horas eternas de angustia y lamentación. Aquella visión lejos de desmotivar a la espectro, parecía reflejar sus oscuras intenciones ya que solo en aquella colina era capaz de experimentar un regocijo sádico bastante singular. Era como si la visión de aquellas interminables hileras de almas en tormento le recordara lo privilegiada que era y lo poderosa que podía llegar a ser.

Aquellas atormentadas figuras arrastraban sus pies dejando escapar gritos de desesperación y lamentos mientras se encaminaban hacia el vórtice donde habrían de perderse para culminar su existencia espiritual siendo sometidos a toda clase de torturas según la naturaleza de sus pecados en vida. Aquel era el juicio final y la ley del Inframundo no se tentaba el corazón a la hora de emitir sus rígidas sentencias. Sin embargo, ocasionalmente sucedían altercados que amenazaban con quebrantar la paz del mecanizado proceso y es por eso que era de suma importancia que un espectro de cierto rango fungiera como guardián de la colina asegurándose de que todo siguiera su curso. Era bien sabido por los guardias usuales que de vez en cuando alguna alma lograba despertar su consciencia y en un último acto de desesperación intentaba huir del cruel destino que le aguardaba causando una conmoción que invitaba al caos. Por lo general, este tipo de problemáticas tenían que ser controladas por el oficial a cargo y solo los espectros que representaban a las distintas estrellas eran capaces de ostentar dicha autoridad.

Aquella era una de las labores más aburridas y por ende solían ser encargadas a los espectros terrestres ya que dentro de las 108 estrellas poseían la menor jerarquía. En esta ocasión, era Lagertha quien había sido asignada a tan primordial labor y lejos de encontrar aburrida su misiva, la llevaba a cabo con una inusual satisfacción que sus compañeros se sentían incapaces de sentir. Si bien su inexpresiva forma era incapaz de reflejar emoción alguna, dentro de aquella irregular masa recubierta por una capa viscosa de baba su corazón latía vigoroso ante la promesa de mayor poder con el paso del tiempo. Aquellas largas horas de vigía le servían para entrenar su meditación y en dichos momentos su cosmos ardía con la intensidad de mil almas. Los soldados miraban nerviosos a Lagertha en parte por su grotesco físico y en parte porque era quizás el único espectro que hacía arder su cosmos con tanta violencia en lugar de dormir o entretenerse con distracciones banales. Su guardia había terminado hace un par de horas, pero Lagertha sabía que no podía marcharse hasta haber entregado su reporte a uno de los jueces del inframundo. Si bien ella estaba bajo la jurisdicción del Wyvern, era el Grifo quien dominaba aquel territorio. Esto no parecía molestar a Lagertha quien sumida en sus pensamientos y envuelta en su violeta llamarada de cosmos aguardaba paciente la llegada del kyoto capaz de manipular a sus adversarios.
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Mensaje por Invitado Sáb Mar 25, 2017 9:35 pm

Un pequeño emplazamiento donde los estandartes del espectro de Balrog languidecían por capricho del viento. El número de efectivos bajo su mando había sido reducido y sus cargos retirados en una clara degradación a causa de sus actos. Roldan prefería no pensar en ello pues lo hacía cometer más actos imprudentes y prefería volver a ganarse la confianza de su dios obrando de la única manera en que él podía hacerlo.

Miraba con atención las largas filas de desdichados que avanzaban por los senderos. De vez en cuando daba instrucciones a los soldados rasos para que no permitieran que algún condenado abandonara la fila y se aventurara más allá de lo permitido. En ocasiones era el propio Roldan en persona el que ponía orden entre la multitud de seres con la ayuda de su inseparable látigo. Ahora que había una batalla entre las fuerzas terrerestres el trabajo era más y el descanso poco.

Por fortuna, el señor Hades se mantenía al margen, esperando los despojos de guerra y analizando opciones. Sólo faltaría tiempo para que él y las demás estrellas restantes fueran reclamadas y sería ahí cuando demostrara que era un despilfarro de recursos y talento que Roldan fuera solo el vigilante de los merodeadores del Yomotsu.

- ¿Sabes lo que tienes que hacer? - Habló hacia uno de sus subordinados al que había hecho llamar.

- Claro que sí señor Roldan, mantener el orden y exterminar a quien desacate la directiva del Yomotsu.

- Muy bien, dejo todo en tus manos, por ahora creo que iré a la superficie a visitar un viejo amigo. - Avanzó tranquilo en dirección contraria al flujo de almas. Era hora de subir a la Tierra y ver como marchaban las cosas.
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