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Mensaje por Invitado Lun Nov 14, 2016 6:58 pm

De obsidiana era la cúpula y las estrellas de diamantes tímidos, parpadeando a cada segundo que transcurría. En un paraje dominado por el frío característico del extremo norte del mundo el viento permanecía callado, a la expectativa. Con luces tenues llenando las calles empinadas que ascendían hacia un estrecho entre dos montañas, el pueblo le dio la bienvenida. Traspasando el velo de la realidad su figura avanzó tras andar en una negrura tan infinita como mortal, el faldón de su uniforme siguiéndole el paso. Sus ojos filosos como cuchillos observaron primero el muro compuesto por ladrillos de roca azulina y luego el lejano tejado que todos conocían como el cielo, desde donde sangraba icor negro alrededor de un iris platino: la luna era la reina impedida por nubes inexistentes, su radiante luz creando la ilusión de un mundo fantasma. Aquel era Asgard, un mundo desolado sí, pero vivo.

Sus botas silentes atravesaron el umbral, pisando finalmente el territorio de los Aesir. Una vez la suela chocó contra el intrincado y gastado patrón labrado en la ruta interna de alguna calle al azar de ese emplazamiento a los limites del país en el extremo norte del mundo la nieve le dio la bienvenida con su gélido abrazo. En su hombro cayeron dos copos de manera seguida, derritiéndose al contactar con su calor. Aunque el viento decidía quedarse callado la nevada se rehusaba, enviando a sus lacayos a helar el páramo. Era adecuado para sus adentros, al fin y al cabo no era mas que sólo un escenario donde se desarrollarían eventos; desafortunados o no, no lo podía decir. Su presunción se iba a cierto rincón pero no lo asumiría como tal. No, su deber era otro.

'Tch.' Se quejó en un mascullido bajo apenas perceptible, su aliento convertido en un vaho que recorrió sus mejillas. Sacando de sus bolsillos un guante negro envolvió sus dedos con la gruesa pero elástica tela, flexionándolos para probar. Luego se ajustó la cinta que colgaba en diagonal por su pecho y reafirmó que su espada estuviera envainada, dispuesta en su sitio. Luego aseveró que el sello estuviera puesto: un loto cerrado que guardaba más de un secreto, ahogando el poder de la gobernante del plano inferior.

Estaba listo. Ahora lo que correspondía era esperar, por lo que cruzó los brazos y se reclinó en una pared cercana, observando la luna con detenimiento. Ya sucedería, así estaba previsto.
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Mensaje por Invitado Mar Nov 22, 2016 9:16 am

Cinco de los más elementales sentidos seguían en un estado de sopor, lo único que valía para esa singular forma existente era de su gran percepción. Así como fue asignado su presencia fue convocada a uno de los sitios más inhóspitos del mundo, donde se forjaban guerreros que aspiraban a poseer un fragmento del toque divino del dios que los resguardaba. Embusteras mentiras e ilusiones que llevaron a un pueblo directo a la desolación, una fe ciega se cernía en el resto de sus habitantes como si se tratara de los elegidos. Angelada faz se descubría a través de la nieve, solo sus orbes zafiro podrían centellear con tal fulgor.

Transeúnte se desplazaba sin ser detectada por el momento, delicados pasos sobre la nieve no evidenciaban rastro de sus huellas. Largo vestido blanquecino y un velo que asemejaba ser una novia pérdida, así solo pasaría como el recuerdo fantasmal de un amor roto, el cual jamás florecería nuevamente. Abandonada por los suyos, el resto se volvía a dispersar sumiéndose en las penumbras a pesar de sus palabras por la búsqueda de ciertas reliquias, objetos que brindaban no solo la promesa de su libertad sino también la supremacía absoluta. Desdeñando su fortuna se adelantaría al más problemático de su misma estirpe, controlarlo no sería sencillo, pero al final estaban vinculados. Las calles siniestras ocultaron a los pueblerinos a refugiarse en sus hogares, un nuevo amanecer los conllevaría a las mismas y tediosas labores de supervivencia, más se hallaba una silueta imperturbable que centinela cruzó los brazos. No era usual, su cabellera con hebras negruzcas tan finas y hermosas, su piel de un tono suavemente bronceado a comparación del recipiente que ella hubo elegido.

Sus labios articularon las primeras palabras, despidiendo un sonido en la lejanía. El viento cómplice aliado llevó el mensaje hasta su receptor. Fragante y encantadora despidiendo un perfume a lirios. – Despierta… solo despierta. – En una oración que fue ignorada por siglos, solamente con la intención de llamarlo y que le reconociera.
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Mensaje por Invitado Mar Nov 22, 2016 6:03 pm

Absurdo ¡y cuanto!. El éter danzante frente a sus ojos avanzó suavemente, incitando la reacción de su envestidura de carne y hueso mas infructuoso sería. ¿'Despierta'? No había nada que pudiera efectuar tal sacrilegio. Dentro de su vehículo había un sólo conductor, aquel que al mando la delicada porcelana airada habría de reconocer de sus ciclos pasados. Eran gemelos, sí, no había otra forma de describirlo. Gemelos danzando en un vals interminable al compás de los deseos egoístas de aquellos que velaban en lo mas alto, y en lo más bajo si lo dilucidaba a ciencia cierta. Como navajas sus pupilas cambiaron de posición fulminando la mirada del demonio atemporal quien de nuevo lo invitaba a un nuevo número terrenal. Absurdo, absurdo a niveles inconcebibles.

Pero aún así, bailaría para ella. Más importante y por sobre todo, ella bailaría para él. Sus pasos serian dirigidos, sus pies conducidos por los zapatos rojos como en la leyenda de la eterna bailarina cual marioneta deleitó a su público aún como carne putrefacta meciéndose en la eternidad.

Dio un paso. Silente, imperceptible y libre de poder, a su alrededor la escena cambió a una ilusión que solo el oriundo de Roma pudo ver. Un espacio infinito en crema y dorado, ondas en puntos al azar desde donde surgían lotos que florecían tan rápido como la vida y tan lentos como la eternidad. Arriba la cúpula azul aplastaba la realidad y rondando la figura de una mujer habían ángeles negros como el azabache, sus alas librando la batalla contra un viento irreal que exigía sangre, sacrificio y pesar. Plumas eternas bailaron en un torbellino sutil, plumas que acechaban a esa fémina suave que permanecía de espaldas a su cuerpo. Esa mujer era...

'Imposiblemente lejana. Increíblemente cerca. Tu eternidad vuelve a ser una unidad. Tú, Orgullo, eres absurdo.' Le dijo con voz seca, sus palabras espadas que chocarían contra un muro de cerámica tan duro como el diamante. Frente a sus ojos se extendía la realidad y la eternidad de dorado con azul había desaparecido tan rápido como llegó. Por un instante la figura de Orgullo se sobrepuso a la de la mujer que buscaba: una de frente y otra de espaldas, ambas tan distintas como las caras de una moneda. Moneda que sin embargo, se había distorsionado por la extensión y las caricias sin piedad del tiempo. 'No pienso ser parte de tu obra. Los monstruos no merecen dirigir ni mucho menos si no se han dado cuenta de que sus superiores han arribado. Declárate Orgullo o tu cráneo decorará los saúcos de su majestad Persefone, la dama de acero, la regente de tu destino.' Añadió tomando con una mano el mango de su arma enfundada.

Claro era una treta. Una treta cruel. Él no despedía, profería o manifestaba alguna clase de poder, galaxia o universo interno. A él no le importaba más que su meta. Y su meta por entonces le exigía contener la manifestación de uno de los Siete en la palma de su mano.

Baila Orgullo, el vals ha dado inicio.
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