Halloween Party! - El Salón de Espejos de Orgullo

La reacción de su compañera no era lo que esperaba. Una gran ventisca lo envolvió todo y cuando el viento gélido se dirigió hacia su ubicación por acto reflejo el espectro levantó su brazo para cubrir su rostro. - En la cara no... - Apartando su antebrazo pudo ver por fin el rostro parco de la que anteriormente era una dama llena de vida y felicidad.

Estaba rígido con las piernas y brazos ateridos sin poder mover una molécula de él. La rociada gélida no lo mataría pero le imposibilitó detener a la dama invernal. Pasaron unos minutos que le dieron una sensación de eternidad y cuando por fin sus músculos reaccionaron ya era muy tarde. Se encontraba sólo como normalmente lo estaba. Aquella explosión en la dama le bastó para romper el hechizo que los espejos ejercían en su alma.

Se encaminó siguiendo el rastro congelado que para esos momentos desprendía pequeñas gotas continúas que se derramaban en un charco de agua creciente. Avanzó hasta la misma puerta del palacio y entendió que aquella mujer que le había desatado emociones perdidas había dejado el inframundo. - Misión cumplida, ningún mal te pudo vencer, sólo los fantasmas que llevas dentro. Posiblemente te vea de nuevo... - Dio media vuelta y a regañadientes regresó a la fiesta ya que tenía sus órdenes y como todo un espectro fiel y en aras de cumplir cuanto se le demandaba retornaba para inspeccionar las festividades que reunía a toda clase de personas que se atrevían a adentrarse en ese lugar escalofriante.

De la habitación de Lujuria había salido sintiéndose extraño, aturdido y perdido, como si en el ambiente alguna clase de magia perversa hubiese estado flotando y al respirarla le hubiera causado los mismos efectos que el alcohol en exceso... o quizás peor aun. Porque no podría explicarse de otro modo el que aquella sensación hubiese despertado ni bien entró al cuarto, ya que antes no había bebido nada más que un sorbo de vino, y era difícil que se pusiera ebrio con sólo un sorbo de vino.

Así que, para sentirse seguro de nuevo decidió volver al salón, donde ya no estaba tan solo, aunque de cualquier modo la sensación de mareo no lo abandonaba. Una mesera disfrazada de muñeca zombi pasó a su lado ofreciéndole un trago, Atem tomó la copa y por instinto bebió un sorbo mientras seguía su camino. Antes de continuar explorando por sitios en donde no había estado pasó por el comedor y tomó un par de bocadillos; no podía dejar de comer el delicioso alimento que ofrecían en el castillo.

Mientras avanzaba por el largo pasillo los murmullos de los otros invitados se alejaban y volvía a estar prácticamente solo. Pasó a un lado de unas cuantas personas que habían preferido la soledad de los corredores antes de llegar a una enorme puerta de cristal que le llamó tanto la atención que no pudo aguantar el deseo de abrirla. Lo que encontró al otro lado fue increíble: una enorme sala de espejos.

Ni bien entró la puerta se cerró tras de él. Era un enorme laberinto de cristales reflectantes, espejos por todas partes: en las paredes, en el suelo, en el techo; incluso la gran puerta era un enorme espejo. Se sintió perdido de inmediato, pero la curiosidad lo llevó a explorar la sala sin importarle dónde estaba o adónde se dirigía. Su imagen de reflejaba por todas partes a donde iba, de diferentes formas, colores y tamaños. —Impresionante... —Murmuró para sí mismo, deteniéndose frente a uno de todos los espejos que plagaban la recámara. En él se veía a sí mismo, tal y como era; sin embargo, el reflejo frente a él le hacía notar detalles en su persona que nunca tenía en cuenta; su talento, sus riquezas, todo lo que tenía e ignoraba, aquello hacia lo cual actiuaba con humildad, negándolo cuando se le elogiaba. Se sentía orgulloso de sí mismo, de todo lo que era, se sentía superior a los demás; él era perfecto.

Sí, aquello era lo que le hacía sentir la imagen en el espejo, la atmósfera que le rodeaba, esa magia oscura de la cual era presa y no se enteraba. Un truco sucio de Orgullo, el pecado que gobernaba en aquella ala del castillo, de la sala de los espejos, esos que revelaban una perfecta imagen de quien los viese. 

Sin que pudiera evitarlo una sonrisa soberbia se pintó en sus labios mientras admiraba aquella imagen de sí mismo: era tan perfecto el retrato que no podía apartarle la vista de encima, era tan atractivo como la fascinación que había experimentado en la habitación en que antes estuvo, aquella que causó extragos en su mente. Era tan fuerte el sentimiento que se negaba a volver a la realidad, no quería apartarse de allí, de ese salón que lo hacía sentir tan entero como nunca antes en su vida. Alzó la vista y miró a su alrededor con gran admiración, pero después de un instante su expresión mutó en una mueca de confusión, como si acabara de despertar de una horrible pesadilla.

—¿Qué es lo que estoy pensando? —se dijo a sí mismo. No había nadie más en el salón de los espejos así que sólo se podía oír a sí mismo. Él no era la clase de persona que presumiera de lo que poseía, claro que no, nunca lo hacía con el simple fin de sentirse satisfecho consigo mismo. Aquello estaba mal. Entonces se dio cuenta que se encontraba bajo el mismo efecto hipnótico que había experimentado en las anteriores alas del castillo, en el comedor y en la extraña habitación. Definitivamente algo no estaba bien en ese tétrico edificio, algún perverso hechizo llenaba cada sala del castillo. Atem decidió que era mejor marcharse; con los ojos cerrados se impidió a sí mismo continuar viendo aquellas perfectas imágenes y se alejó hacia la salida.  

Continuó contemplándose, admirando su apuesto rostro y sus bellos ojos verdes que lo hacían ver tan enigmático, hasta que un sonido fuerte lo hizo recuperar la cordura que se le había perdido al entrar a ese salón de espejos. No le agradaban los trucos mentales. Elevó su cosmos para poder iluminar su camino en medio de esa oscuridad interminable, pero parecía que la puerta por la que había entrado obtuvo piernas y se fue. Se rascó la cabeza, pensando en un modo de salir de esa habitación encerrada. No había puertas ni ventanas a la vistas, y los espejos parecían contraerse como si se encontrara en el interior del estomago de alguna bestia gigante. ¿Podría ser que el castillo estuviera vivo y que esa habitación fuera el estomago? No quería pensar en eso. En sus planes no estaba terminar la noche de brujas siendo digerido por un castillo viviente. Se meció de un lado a otro, sintiendo que su cuerpo era ligero como una pluma: ya no podía percibir el suelo bajo sus pies, solamente existía oscuridad y su reflejo en el espejo. Podía ver a miles de copias de sí mismo, con ojos que parecían estar buscando algo en su persona. En cualquier otra situación eso no le incomodaría al haber enfrentado cosas más aterradoras en su vida, pero la ausencia de sonidos ambientales  y otras sensaciones lo estaban poniendo nervioso.

En su cabeza sólo podía preguntarse “¿cuándo se termina este espectáculo de mal gusto? Tengo otras cosas por hacer”. Suspiró y pensó en que no tenía otra opción, tendría que salir de esa habitación del demonio utilizando su habilidad especial. El joven tomó su armónica y comenzó a tocar la melodía con la que podía abrir puertas dimensionales, sin embargo las cosas no salieron del modo en que él esperaba: de su armónica no salía ningún sonido. No sólo eso, ya ni siquiera escuchaba el sonido de su respiración o los latidos de su corazón. Comenzó a ponerse nervioso, corriendo hacia adelante como un pequeño niño atemorizado. Pronto se percató de que no importaba lo mucho que corriera e intentara alejarse de sus yos en el espejo, sentía que estaba corriendo en círculos. Dejó de moverse, quedándose flotando en el espacio como si nada le importara ya. Había perdido sus deseos de continuar; enamorado de la imagen que proyectaba el espejo sobre él. Nunca antes se había sentido tan atraído por algo en su vida. No supo cuándo sucedió, pero cuando despertó se encontraba tirada en un pasillo del castillo. ¿Qué había sucedido? Tal vez el castillo se consiguió a otra víctima para jugar. Se levantó del suelo y decidió buscar el lugar en el que se efectuaba la fiesta. Quería comer algo antes de marcharse.

Luego de la torre de avaricia, el joven peliazul se dirigió a un lugar que escucho que otros visitante llamaban “el salón de espejos del orgullo”. Dichos comentarios despertaron la curiosidad en Kanon, quien se dirigió directamente a dicho salón sin dudarlo siquiera. No tardó mucho en encontrarlo ya que otra bella mujer se ofreció a llevarlo hasta ahí.

Despidiéndose de su guía , pudo notar que el ambiente estaba rodeado de una extraña aura y el interior era bastante similar a la técnica otra dimensión , no habiendo espacio ni tiempo que lo afectase en ese momento y siendo los espejos lo único que giraban alrededor de todo aquel vació reinante que era acompañado por un silencio perturbador.

Súbitamente apareció un espejo de forma irregular , posicionándose al frente del inusual visitante . A través de el pudo ver todas las maldades y fechorías que había acumulado desde muy temprana edad , no mostrando arrepentimiento alguno y al contrario enorgulleciéndose de tales viles actos y recordando una frase que alguna vez le dijo a su hermano- ¿Que de malo tiene aprovecharnos de la fuerza que no dieron los dioses?

Los recuerdos venían a él en aquel día que todo cambio para siempre, ese mismo día en que incito a su hermano a matar al patriarca y a una Athena que apenas había reencarnado sobre la tierra. No , nunca mostró un ápice de arrepentimiento y siempre mantuvo esa sonrisa mezquina que denotaba orgullo y soberbia , creyéndose que con dicho poder podría hacer lo que él quisiese . Pero en ese momento su hermano negó todos sus planes y encerrándolo en una cárcel donde solían confinar a los enemigos de la diosa a la que se suponía debía servir.

Aun así, no dejo de balbucear su pensamientos  ruines llenos de soberbia , creyendo que él tenía la razón absoluta y estaba en lo correcto sobre conquistar la tierra y deshacerse de los estorbos que se lo impedían. Aun así quedo solo en aquella cloaka, siendo su único motor el orgullo y la venganza que lo alimentaban de forma desquiciada.

No se sabe cuántos días , semanas o meses estuvo encarcelado ahí, pero sería el orgullo de nuevo que provocaría que Kanon vuelva a pecar en contra de un dios , un pecado mucho peor que conspirar ya que esta vez trataría de manipular a un dios como si una mera marioneta se tratase.

Luego de que su orgullo por desafiar a los dioses y suplantarlos fuese lo único que lo mantuvo con vida durante su encierro , Kanon no había cambiado absolutamente nada y al contrario se había empecinado en concretar sus planes en forma enfermiza. Aun así recordaba un cálido cosmos que lo reconfortaba  en los momentos que parecía que iba a morir ahogado. Él nunca supo hasta ese momento de quien o que se podía tratar , ya que gracias a aquel resplandor pudo sobrevivir.

Finalmente sintió en aquella celda una especie de energía que emanaba de una pared y para su sorpresa se trataba del tridente de Poseidón , fue el orgullo que se apodero de él , pensando que un simple mortal pudiese blandir una arma divina que pertenecía al poderoso dios del mar. Pero al contrario, dicho hecho solo desencadenaría una guerra Santa donde se perderían muchas vidas.

No solo eso, también tuvo la desfachatez de engañar a un dios y manipular a su huésped como se le antojase ya que pensaba usarlo para conquistar tanto la tierra como los mares.

-Esto ya lo he visto.- Dijo Kanon para sí mismo mientras destruía el cristal del espejo que le había mostrado su orgullo y todos los pecados que había cometido a través de él.
Ya no teniendo nada que hacer se dispuso a abrir un brecha espacio temporal y largarse de una buena vez , siendo aquel paseo una total perdida de tiempo.

Por mucho que hubiera estado paseando en aquel enorme castillo Bakura todavía no conocía los caminos ni hacia dónde llevaba cada pasillo. Eso, sumado a su actual estado de ebriedad, no era una buena combinación. Así que, sin poder evitarlo, buscando la salida terminó perdiéndose entre los infinitos y amplios corredores. No sabía dónde estaba ni hacia donde iba, efectuaba sus pasos por mero instinto, sólo esperando que la suerte se pusiera de su lado y le permitiera encontrar la puerta que daba al exterior del castillo, objetivo que sólo el azar podría concederle, porque a él, por su cuenta, le estaba resultando sumamente difícil, si no es que imposible.

Curiosamente por cada paso que daba la oscuridad se intensificaba al igual que la soledad. Se trataba de un pasillo que no parecía tener fin, iluminado únicamente por lámparas que colgaban de las paredes. Sin embargo, lo más lejos que su vista alcanzaba, logró divisar una enorme puerta de cristal. Curioso, se dijo, le llamaba la atención y aquello hacía que no dejara de avanzar. Sentía curiosidad por saber qué habría al otro lado de esa puerta, qué clase de cosas ocultaría aquella sala.