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El Sueño de la Diosa

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Mensaje por Invitado Mar Dic 27, 2016 7:00 pm

Suave soplido de Eolo, delicada caricia de Nix y parpadeante mirada de centenas de orbes centelleantes. El escenario de aquel salón donde cabría una docena de catedrales contenía todo eso y a la vez, nada. Pilares se elevaban tras el ascenso abstracto de escaleras espirales, terminadas en riscos bajos; portones de metal frío en tonos bronces, carmesíes y dorados llevaban a jardines rectangulares, con fuentes de ambrosía formando ríos de cauces sutil. El pasto que a veces creaba surcos entre las rocas venía de los sueños, el negro permanente en el fondo creado a través de ondas de fantasía. Al final de aquel trayecto onírico yacía el trono de su majestad la Dama de Hierro, la creadora de vida y dadora del soplo primaveral, aquella cuya imponente magnanimidad le había dado un chance de atadura al alma de su imperator tras ser obliterado por Atenea: Persefone, la portadora de las mil hojas nacientes.

Sumida en un descanso que no debía ser interrumpido, su silla de oro negro labrado se veía custodiado por una vegetación impropia del plano mortal, solo digna a los ojos Elíseos. Pero ya no existía ese paraíso inmaculado, ahora devuelto a su estatuto original: un voide pretérito en que el tiempo, espacio y consciencia bailaban al compás del vals caótico de los protogenoi. Bajando las escaleras de mármol tan puro como los lirios de los cuentos se veían los bordes de las cortinas traslúcidas, sobre las que se colgaban flores de todo tipo y genus - rosas, girasoles, lirios de araña y más. Descendiendo más estaba el final del camino y apoyado en la columna ubicada a la derecha, el cuerpo de Ira con sus ojos cerrados mas la consciencia alerta. Su tarea era simple: guardar el descanso de la divinidad. Estar de visita temporal en aquella morada perdida al tiempo y el abandono era una alarma permanente - más no se podía negar al deseo de la diosa. Querer visitar lo traído por su poder era lógico, aunque insano. Insano con todas las alimañas y piltrafas espectrales que rondaban en el mismo Heinstein.

Una vez esté preparado el templo de Persefone, la cámara habrá de mudarse. dedujo aquel, sin dejar de asir su hoja enfundada. No podía esperar el momento de dejar de pisar ese castillo, no esperaba al instante en que esa expansión del sueño de la diosa se volviera una memoria, dejando el salón original intacto y la pureza de Persefone inmaculada. Fue la respiración de la diosa dormida la que calmó el impulso iracundo en su alma, manteniéndolo anclado al puesto.

Solo un poco más.
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