Zona 3 - Rodorio

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'Acción' : 5

Su índice derecho se hundió en el punto de Antares, acompañado por las catorce saetas que marcaron la constelación del Escorpión Celeste en el cuerpo del invasor del norte. Resultado: una explosión de sangre instantánea - el ojo abierto burbujeo, cambiando su superficie cristalina a una irregular, rojiza, los capilares reventándose antes de partirse y liberar un chorro de sangre a presión; los boquetes sobre el resto del cuerpo fueron iguales, aunque solo se notó en las zonas donde la piel estaba desnuda, así como solo de estos manaron hilos de icor pues el resto tiñó la ropa de borgoña. Todos detalles que el mismo japonés vivió en carne propia al menos dos años atrás, durante la prueba final con Mugen; todos detalles que una parte de si revivió al verlos reproducirse en otro ser vivo.

-...eso es todo.- dijo con simpleza, sacando el dedo del agujero. Por la presión con la que la sangre escapó, también él estaba manchado - aunque no le dio mayor importancia. Al fin y al cabo, sangre era lo menos asqueroso que había tenido encima. -Ahora. Umm. Snif.- murmuró olisqueando el aire. Ya había acabado con uno de los cuatro invasores al Santuario, y era el primero según determinó. En el este la mujer de orejas puntiagudas estaba luchando todavía con algún pendejo que olía a sal; al norte el Patriarca y algún fideo confrontaban a alguien con un olor similar a la ceniza volcánica y hojas quemadas. Eso solo dejaba a Piscis, quien...uh, pensó Rintaro, estaba como si le hubieran dado una paliza, aunque estaba solo. Típico, solo quería llamar la atención. Finalmente, Atem, quien se había detenido.

Rintaro afiló la mirada, observando el cadáver bajo sus pies. Dándole un toque con los getas, ladeó la cabeza. Daba igual pensó, tomando al tipo ahora ciego y con boquetes en el cuerpo, comenzando a arrastrarlo en dirección al cementerio.

Iría a echarle una mano a su vecino, pues Rodorio ya estaba asegurado.

Su presencia en la forma de un lobo de energía blanca destellante llegó al centro de Rodorio, dispersándose cuando pisó el tejado del edificio más alto: la catedral. Ladeando la cabeza el japonés hizo crujir su cuello, elevando su energía sin perder tiempo alguno. Sobre su cabeza se cernía la lluvia de estrellas de parte del cometa - y su tarea, la de proteger a Rodorio, le exigía destrozar todos y cada uno de los pedazos que se acercaran siquiera a los muros del sitio.

Por suerte, ya la ventisca y el invierno se habían ido, ahora convertidos en un monzón. Eso le daba el impulso extra de la armadura antes usado para mantener la temperatura a niveles aceptables dentro de los hogares del pueblo.

-Maldita cosa.- espetó con su cosmos flameando detrás de él, estirando la mano izquierda. Su haori blanco onduló, las hebras de los extremos perdiéndose en su aura blanca. Tras un milisegundo las quince estrellas de Escorpio brillaron y él simplemente invocó la versión masiva de su Byakuran en conjunción al Muretsu: colmillos de metros de alto se materializaron en su espalda, dispersándose en cientos de hojuelas blancas que con un ademán disparó contra las estrellas que caían.

Sin más ambas barridas chocaron la una contra la otra, creando un estruendo sin igual en el que sin embargo, el japonés observó su ventaja: su ataque helaba las estrellas, las descoloraba y hacía explotar. Entonces, solo debía mantener ese ritmo hasta que acabara toda la demencia.

Frunció el entrecejo, espacio en que un fragmento perdido de estrella cruzó su ofensiva para clavarse sobre su cuerpo. Escocía como el diablo, pero era menor. Ya en el pasado le habían dislocado el hombro, más de una vez. Una quemadura era nada en comparación.

Con la ventaja puesta, no la dejaría ir. No.

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'Acción' : 8