Perpetual, vast, vigil

Era de esperar: los dioses guerreros habían sido aplastados. No solo los mismos bárbaros fueron apaleados, dos de ellos recibiendo heridas que jamás sanarían, sino que además el dios falso fue minimizado por un falso Sumo Sacerdote.

Mal por ellos, bien por él.

Así fue que el gigante blanco arribó al Palacio Valhalla con su usual andar lento y metódico, usando para ello las grutas cavernosas bajo la montaña. No se dirigió a ninguno en particular, evitó a todos y arribó a las cámaras privadas del regente de Asgard al final del Bifrost.

Curioso fue lo que pensó de manera sedada, sus manos entrelazadas bajo sus mangas. Curioso que el dios falso hiciera uso del método de viaje interdimensional preferido por Odín en aras de materializar su plan maestro, aunque no molestaba. Bifrost o no, igual la tierra del norte ardería hasta quedar reducida a nada.

Deteniéndose en la cámara principal solo observó, sabiendo sus obligaciones contractuales: como el único que conocía la tela de mentiras tejidas por Loki, su deber sería el de custodiar el ánfora rúnica en que Athena estaba encerrada. Enclaustrada, preparada, pero no por eso menos poderosa. Eso lo podía sentir desde la mitad del salón, observando el podio del fondo, donde el objeto le devolvía pulsaciones de energía cósmica magnánima. Incluso en esa situación peculiar, determinó el albino, pudo sentir la inmensidad del universo tras el material extramundano; sí, eso era Athena, un cúmulo de energía que hacia ver las estrellas y lo vasto del universo en todo su espectro lumínico.

Ivan afiló y entrecerró el único ojo visible, sin perder de vista el ánfora. De seguro la diosa de la sabiduría tenía un plan en mente.