Un merecido descanso [Libre]

Casi a medio día el sol brillaba esplendoroso sobre la montaña y en los campos de entrenamiento, donde los jóvenes aprendices se preparaban para aspirar a nuevos puestos entre las filas de Athena y los Santos ya formados perfeccionaban sus habilidades para futuras batallas. Algunos se esforzaban de más, mientras que otros, ya agotados, descansaban en algún rincón. Hacía calor aquel día y la mayoría hubiera deseado quedarse en sus casas durmiendo, pero, obligaciones eran obligaciones.

A Gaël, como cualquier Santo de alto rango en algún momento de su vida, le había tocado supervisar a un pequeño grupo de aspirantes jóvenes y perezosos que debían rondar la misma edad que él, un par de años más, unos menos.

—¡Bien! Estuvo mejor que la vez anterior —declaraba el rubio de curiosas orejas frente a tres muchachos que estaban tirados en el piso, cubiertos en polvo y golpeados, deshechos y con cara de cansancio. Había una sonrisa confiada en el rostro de Gaël—. Pero si quieren derrotarme tendrán que esforzarse mucho más. ¿Qué tal si lo intentan otra vez?

—¡Pero Gaël…! Hemos estado aquí toda la mañana, necesitamos un descanso. —se quejaba uno de ellos.

Con eso Gaël cayó en la cuenta de que efectivamente habían pasado varias horas desde que empezaron la práctica y quizás se había entusiasmado de más con el entrenamiento. Incluso el sol ya estaba en un punto diferente del firmamento. Sacó su teléfono móvil para ver la hora —y de paso fijarse si no tenía algún mensaje nuevo—, eran más de las 12 pm.

Suspirando recordó que no había comido nada en todo el día. Estaba hambriento y cansado. Le hubiera gustado tomar un pequeño descanso, pero Evan estaba de misión y no había nadie más que pudiera relevarlo. Alzó la vista guardando el teléfono.

—Bien, les diré lo que haremos —Los jóvenes aspirantes parecieron ilusionarse con la respuesta… hasta que escucharon el resto—. Ahora pelearán entre ustedes, todos contra todos. El ganador tendrá derecho a un descanso. Los demás deben seguir con la rutina hasta el horario de siempre ¿De acuerdo?  

Los aspirantes no parecían muy conformes con el trato, pero, sabiendo que no les quedaba de otra si lo que querían era descansar un rato, obedecieron. Gaël sonrió, sabía que eso los motivaría a esforzarse. Posteriormente prodeció a sentarse sobre una roca mientras observaba a los jóvenes aspirantes, hasta que una voz femenina le llamó la atención.

—Hola guapo —decía aquella con tono coqueto—. Veo que lo llevas bastante bien, ¿eh? Nada mal para ser uno de los más nuevitos.

Gaël giró ligeramente su cuerpo y miró hacia atrás. Se trataba de una conocida muchacha joven, de largo cabello castaño rojizo sujeto por un lazo negro, cuyos ojos ambarinos le observaban con diversión mientras se aproximaba a él. Era Alysa, una amiga y compañera de entrenamiento que había conocido una tarde en aquel mismo lugar.

—Bueno, hago lo que puedo —él sonrió apenado—. Algunas veces es complicado.
Alysa se sentó a su lado.
—Eso veo, luces como si no hubieras dormido en días. ¿Seguro que estás bien?
—Ha sido una semana difícil, pero no es nada de lo que debas preocuparte. —Y no era sólo el trabajo. Lo que más intranquilo lo tenía eran un par de noticias algo inesperadas que había recibido durante los últimos días.
—Deberías darte un respiro. Deja que me encargue de ellos —señaló con la mirada a los jóvenes aspirantes— y ve a descansar un poco. Nos vemos en un par de horas.
—¿Estás segura? No tienes que hacerlo. —preguntó él con cierta culpabilidad, aunque por dentro agradecía que hubiera llegado la chica a hacerle aquella propuesta.
—No me molesta —respondió ella guiñándole un ojo—. Me enviaron a custodiar los alrededores, no sería problema para mí quedarme aquí un rato para asegurarme de que estos chicos hagan las cosas bien.
—Gracias Alysa, te debo una —Gaël se puso de pie, sacudiéndose el polvo de la ropa—. ¡Nos vemos luego!
—Aprovecha bien tu tiempo. —respondió la chica con un ademán de saludo.
Y así Gaël se retiró, tomando el sendero hacia el pueblo.

Había sido una semana agotadora para Gaël. Pese a que su maestro se lo había advertido, el joven nunca pensó que el trabajo de los santos de oro fuese a ser tan cargante. Le había costado adaptarse, pero agradecía que al fin pudiera tomarse un descanso. Un par de horas eran suficientes para volver a casa, comer algo, ducharse y tomar una siesta.

Al llegar a casa, no encontró a nadie, así que se tomó su tiempo para hacer lo que planeaba. Así fue que se duchó, preparó algo rápido y sencillo para almorzar (no era tan bueno en la cocina como lo era para la música) y atendió a su mascota. Ya más fresco y renovado salió a la calle nuevamente. Por su mente pasó la idea de visitar la cafetería de su madre… hasta que vio una figura conocida en el camino.  

—¿Yamato? —exclamó para llamar la atención del rubio frente a él, con una expresión de ligera sorpresa ante tan curiosa coincidencia— Te acuerdas de mí, ¿verdad? Ha pasado tiempo… —entonces sonrió ampliamente en un gesto amigable— ¡Vaya!, no pensé que te volvería a ver desde Venecia.

No era agradable recordar aquel fatídico día en el que muchas vidas inocentes se habían perdido a manos de los Berserkers y más de un guerrero salió herido. Aquella era una de las cosas que Gaël aún no lograba superar. Pero en aquel momento no pensó en eso.

—¿Qué te trae por aquí? ¿Vienes a visitar a alguien? —preguntó con auténtica curiosidad. Y es que le resultaba muy extraño ver a un Conquer de Afrodita en los alrededores del Santuario. Aunque quizás, pensó, sólo estaba de visita; la aldea de Rodorio y las ruinas antiguas que le rodeaban, era un sitio turístico, visitado a diario por muchas personas.

—No tienes que agradecerme, fue algo natural —respondió Gaël con una sonrisa, un poco nervioso. Él era alguien bastante humilde y por lo general no sabía qué decir cuando alguien le agradecía por algo—. Ya sabes, no puedo permitirme dejar desprotegido a un compañero. En general todos nosotros, los Santos, es parte de lo que somos. Pero me alegra que todos hayamos podido salir de ahí sanos y salvos. Debo confesar que esa fue mi primera misión importante como guerrero, no estaba seguro de cómo acabaría.

Cuando Yamato le comentó que el plan era visitar a alguien, el rubio de orejas puntiagudas no pudo evitar preguntarse si había viajado desde muy lejos. Debía ser desalentador no encontrarse con la persona a la que se visitaba.

—Qué mala suerte —comentó apenado—. ¿Vienes desde muy lejos? De todos modos hiciste bien en venir hasta aquí, es un sitio muy bonito y pacífico. Sobre todo pacífico. Usualmente no se escucha mucho más que los niños jugando en la calle. Es un buen lugar para pasar el rato.

Entonces el Conquer se había dado cuenta de que Gaël estaba bastante familiarizado con el pueblo y le pidió recomendaciones. El joven Libra estaba encantado con la idea de enseñarle los mejores rincones de Rodorio. Después de todo era su hogar.

—Así es, toda mi vida he vivido aquí. Suelo visitar la ciudad de vez en cuando, y vaya, creo que nunca terminaré de acostumbrarme. Es totalmente diferente.

Salir a comer o beber algo con Yamato le parecía una buena idea. El chico era amigable —además de atractivo. Y con unos ojos hipnóticos. No dejaba de pensar en ello cuando lo miraba— y su compañía muy agradable. Pasar un poco más de tiempo con él y conocerlo en otras circunstancias que no fuera una batalla, sonaba muy bien. Hasta quizás podían convertirse en buenos amigos.

—Tengo un par de horas libres antes de volver a mi entrenamiento, podemos ir a comer algo. Mi familia tiene una cafetería que está muy cerca de aquí —hizo una pausa, mirando hacia la dirección donde quedaba el local—. O si prefieres algo diferente podemos visitar el bar. Como el pueblo no es demasiado grande no hay que caminar mucho de todos modos. ¿Eres alguien de cafetería o más de bar? ¿A qué acostumbras? —le preguntó mientras comenzaban a caminar.

—Oh, ¿de verdad? Eso es interesante —respondió Gaël mientras avanzaban por las calles animadas del pueblo—. En el Santuario es un tanto diferente. Por lo general los aspirantes son entrenados por Santos con experiencia durante un largo período de tiempo. Hay quienes compiten por la obtención de una armadura, otras veces son los mantos sagrados quienes escogen a sus portadores. Yo heredé la armadura de mi maestro, y ahora mismo estoy entrenando a un grupo de aspirantes. Mi entrenamiento ha sido muy duro, pero creo que lo prefiero mil veces antes de hacerme cargo de una panda de chicos vagos. Es bastante complicado tratar con los novatos.

Gaël se detuvo cuando llegaron al destino. Frente a ellos se alzaba un humilde pero pintoresco local cuya entrada estaba adornada con un cartel de madera que en letras talladas decía «Cafetería–Panadería» con el dibujo de una taza humeante encima de la puerta de madera. Podía verse el interior del local a través del cristal superior de la misma.

—Llegamos, este es el lugar —empujó la puerta para que pasara Yamato y él entró después. Fueron recibidos por un agradable aroma a café y pan recién horneado acompañado del dulce de los pasteles y el murmullo de los comensales allí reunidos. —¿Aquí está bien? —le preguntó a su acompañante escogiendo una mesa junto a la ventana y tomó asiento.

No tardaron en ser atendidos. Pronto se acercó a la mesa una muchacha joven cuyos razgos faciales eran muy similares a Gaël pero más delicados y lucía un poco mayor que el chico. Cabello rubio y largo peinado en una trenza y unos animados ojos de color azul aguamarina.

—Hermanito —saludó la mujer ofreciendo una carta del menú a cada uno de los chicos y dirigó una rápida mirada a Yamato. Gaël se sintió molesto, no le agradaba que le llamara así frente a otros—. Veo que vienes acompañado hoy ¿es uno de tus compañeros de trabajo? —Con «trabajo» se refería a su vida como Santo. Pero acostumbraban a hablar en códigos sobre ese tema puesto su madre no lo sabía.

—Él es Yamato, un amigo, vino de visita al pueblo. —respondió el rubio de orejas puntiagudas sin querer dar muchos detalles. Su hermana era muy conversadora y lo que menos quería era que molestara a su acompañante con preguntas y ese tipo de cosas.

—¡Oh! Mucho gusto Yamato. Espero que mi hermano no esté causándote muchos problemas —la mujer saludó al Conquer con una sonrisa amigable—. ¿Qué van a querer? Imagino que tú pedirás un chocolate caliente y unos pastelillos —miró a su hermano. Era lo que Gaël siempre pedía cuando iba a la cafetería. Después giró su mirada hacia el otro chico—. Y joven Yamato, ¿tú que ordenarás? —Después de tomar las órdenes la joven se marchó hacia otra mesa donde la estaban llamando.

—Ella es mi hermana Nath, ayuda en la cafetería a mi madre. Yo suelo darles una mano de vez en cuando, en los momentos que mi trabajo en el Santuario me lo permite. No es la gran cosa, pero nos ayuda bastante. Nos esforzamos para que sea un lugar agradable. —le comentó a Yamato, hablaba de la cafetería.