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Mensaje por Gaël Miér Abr 25, 2018 11:26 am

Había postergado la alarma del teléfono varias veces ya. La última vez que sonó, se despertó sobresaltado y un mal cálculo lo hizo resbalarse del colchón. Quiso agarrarse de algo, pero fue en vano; sólo encontró la sábana, que se llevó consigo al caer. No era la mejor forma de empezar el día, pero había servido de algo: el fuerte golpe lo hizo despertar por completo.

—Ouch. —Frotándose la cabeza abrió los ojos desorientado, encontrándose a sí mismo enredado en las sábanas y tumbado a un lado de la cama. Nada de extrañar; siempre pasaba. Reconocía que era alguien muy inquieto al dormir.

Dispuesto a dejar la cama arrojó la sábana a un lado y se puso de pie. Bostezando sonoramente estiró los brazos haciendo tronar sus huesos. Un segundo después lo dudó. La brisa fresca contra su torso desnudo le hizo sentir frío; deseó volver a acostarse y dormir otro rato, pero el sonido de la alarma estaba martillándole los oídos y era mejor detenerlo.

Rodeando la cama se paró frente a la mesilla de noche y detuvo la alarma mirando la hora. Era temprano aún, tenía tiempo para ducharse y desayunar tranquilamente. Antes de seguir su camino observó por la ventana. A media mañana, el resplandor dorado del sol sobre el cielo completamente despejado bañaba con intensidad las calles y estructuras del pueblo. El murmullo de las hojas moviéndose con la suave brisa acompañaba el canto de las aves. Era un buen día. Cerrando el cristal tras un suspiro finalmente se encaminó al baño.

—Debería cortarlo ya —dijo el muchacho frente al espejo jugueteando con una mecha rubia que casi llegaban hasta su hombros. Su cabello, aunque desordenado, estaba más largo de lo que le hubiera gustado. Eso le incomodaba un poco, pero podía vivir así unos días más—. En otra ocasión será.

Desvistiéndose, abrió el paso del agua y se metió en la ducha. El contacto con el agua tibia le ayudó a relajar sus músculos y encontrar un rato de paz antes del complicado día que tenía por delante, el primer día de otra larga semana que le esperaba sirviendo a las labores del Santuario. No quería ni pensarlo.

Con una toalla envuelta en su cintura regresó a la habitación. Se puso sus botas y un pantalón blanco, una camiseta de mangas largas del mismo color y un chaleco verde encima. Cepilló y recogió su cabello y salió del cuarto.

Los pasillos estaban en completo silencio, imaginaba que las mujeres de la casa ya habían salido. Normal, su madre siempre se levantaba muy temprano en la mañana para abrir la tienda. De hecho, al llegar al comedor encontró una nota de ella en la mesa, decía que pasara por el local antes de irse. Ya imaginaba de qué podía tratarse. A veces se sentía un mal hijo; su madre tan preocupada por su bienestar y él le estaba ocultando un secreto muy grande. Pero se consolaba pensando que era por su propio bien; no quería que la mujer se muriera de la impresión al enterarse que su amado hijo estaba alistándose para la guerra. En algún momento iba a decírselo, sí, no se sentía bien estar ocultando algo de tal magnitud.

Sacando una caja de leche del refrigerador tomó una taza y la llenó. Mientras lo hacía sintió algo restregarse contra sus piernas. Bajó la vista y se encontró con su mascota, un inquieto cachorro café que revoloteaba a su alrededor.

—¡Hey! hola pequeño. —Dejó el recipiente en la mesa y se agachó para acariciar al no tan pequeño animal que lo recibió encantado.

Repasando sus tareas diarias recordó que debía alimentarlo. Le sirvió alimento en su cuenco de comida y el cachorro no tardó en comenzar a devorarla. El chico mientras tanto volvió para terminar su desayuno en unos pocos minutos. El tiempo corría y si se tardaba más iba a terminar llegando tarde; no sería la primera vez si pasaba, pero no quería que lo regañaran por no tomarse enserio sus tareas. No es que no lo hiciera, pero aún no terminaba de acostumbrarse.  

—¿Vienes conmigo? Vamos. —se dirigió al can que corrió hacia él cuando abrió la puerta dispuesto a marcharse. Aquello se había convertido ya en una rutina. Suspirando emprendió por fin su camino.
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Mensaje por Gaël Dom Mayo 06, 2018 1:36 am

El joven santo salió de la casa a paso rápido. Dejó que Kan, el cachorro, se adelantara y él siguió su camino. Hacía un buen día y como era costumbre las calles transitadas del pueblo se miraban animadas. Niños correteando y riendo, parejas paseando, entre otras cosas.

Llegando al local de su madre Gaël ingresó sin pensarlo. Una humilde panadería-cafetería que contaba con una variedad satisfactoria de productos. Al entrar fue recibido por el murmullo de la gente dentro y el agradable aroma del café y el pan. Como era usual a esas horas las mesas estaban repletas. Y a pesar de eso, podría respirarse un ambiente tranquilo.

Al otro lado del mostrador una mujer de aproximadamente diez años mayor que el chico y sonrisa grácil acababa de atender a un cliente. Cabello rubio, peinado en una trenza y sujeto con un lazo rojo y una jovial mirada azul aguamarina que de pronto se enfocó en Gaël.

—Buenos días —saludó él con entusiasmo.  
—Hermanito —ella le respondió.
—Nath. ¿Dónde está mamá? —Gaël se acercó al mostrador apoyando sus manos sobre la madera.
—Está en la cocina, dijo que iba a prepararte algo. ¿Por qué no te sientas un rato? Te haré un rico desayuno así no vas a trabajar con el estómago vacío.
—Ya desayuné en casa.
Nath lo miró con expresión de reproche y negó con la cabeza. Lo conocía demasiado bien como para no creerle ni una sola palabra.

En eso una puerta tras el mostrador se abrió y de allí salió una mujer adulta de largo y ondulado cabello castaño y unos hermosos ojos azul violáceo de mirada gentil. Traía una pequeña bolsa de papel consigo.  

—Hijo, ya estás aquí —mencionó la mujer al verlo.  
—Mamá, leí la nota que me dejaste. ¿Tienes algo para mi?
Ella asintió, extendiendo el paquete que tenía en manos.
—Preparé pastelillos de esos que tanto te gustan para que lleves. También hay de los favoritos de tu amigo Evan, sé que le encantan.

Gaël se sonrojó y sonrió nervioso. No era que le desagradaran las preocupaciones de su madre, pero, desde que se convirtió en un guerrero del Santuario, se sentía lo suficientemente adulto como para arreglárselas solo.  

O era eso o con la edad empezaba a afectarle el hecho de que tanto madre como hermana se portaran tan sobreprotectoras con él al ser el bebé de la familia.

—Mamá, te he dicho que no es necesario que te preocupes tanto, ya no soy un niño.
—Nunca está de más. Sé que no regresarás hasta la noche y debes alimentarte bien.
—De acuerdo de acuerdo —el rubio tomó la bolsa—. Pero ya debo irme, no es bueno que llegue tarde.
Definitivamente no quería que el Patriarca lo mandara a hacer el trabajo más pesado. Y menos aún con Evan burlándose de él después, así que era mejor cumplir sus responsabilidades como debía.
—Está bien, cuídate hijo.
—Sí, ¡adiós!
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