Perdido en la oscuridad [Privado]

Su ronda de vigilancia nocturna se había extendido más de lo usual: por lo regular recorría las calles de la ciudad en su motocicleta en busca de problemas, pero desde que nuevos enemigos habían aparecido y los santos de bronce de que residían en la ciudad habían comenzado a morir bajo circunstancias misteriosas se había tomado su rol como el caballero dorado que protegía Kaus con mayor seriedad que antes, pasando días enteros sin volver a casa. La culpa que sentía por el hecho de que todas las muertes de sus camaradas sucedieron durante el periodo en el que él era el único Santo de Oro asignado a ciudad Kaus lo hacía sentir devastado por dentro.  

De pronto aceleró, como si el remordimiento que sentía se hubiese materializado como una gran bestia que lo perseguía. ¿Qué podía hacer? ¿Qué haría Akos su maestro en una situación como esa? Se estacionó a las afueras de un parque industrial, recargándose contra las rejas y mirando hacia el cielo oscuro en busca de respuestas. Akos ya no estaba ahí para pedirle consejos, y era algo que Yusei todavía no podía asimilar a pesar de que le repetía constantemente a su hermano que ya había logrado superar la pérdida del que fue su instructor y figura paterna.

Se dio una fuerte palmada en el rostro. Mientras estaba ahí perdiendo el tiempo lamentándose los enemigos estaban haciendo de las suyas.-No dejaré que otro de mis amigos muera- estaba decidido a evitar que los enemigos cobraran la vida de otro santo esa noche.

Escuchó el sonido de una explosión que venía del edificio que estaba a sus espaldas. Saltó sobre la reja de seguridad, decidiendo ir a investigar qué estaba sucediendo en el interior de esa fábrica.

La oscuridad siempre sería un aliado, o eso le enseñó su maestro cuando lo entrenaba para lograr una armadura de plata. Sobre todo cuando descubrió que su atributo era la oscuridad. No se sorprendió mucho de saber aquello ya que desde siempre lo consideraron algo siniestro: desde sus profesores hasta sus compañeros del colegio, de ahí que nunca tuviese amigos. Ello solo influenció a su personalidad más retraída, silenciosa, siempre en su mundo interior.

Aquella noche sin luna decidió dar un paseo por Ciudad Kaus, como siempre con su gabardina negra que le llegaba a los tobillos abrochada. De tenerla abierta sólo se verían más prendas negras. El cabello largo y castaño ondeaba con la brisa nocturna. Le encantaba esa sensación. Sentía cierta afinidad hacia el viento aunque no fuese su atributo, quizás por tener una armadura relacionada con las aves.

Su fino oído captó ruidos en un edificio, por lo que asomó el ojo por una rendija de la puerta. Maleantes, como no. No estaba en sus planes interferir hasta que se dieron cuenta de su presencia. Suspiró, tocaba trabajar. Y para variar, no llevaba su cloth encima. Muy inteligente, desde luego. Tocaría hacerlo a la vieja usanza, sacando su máscara negra del abrigo. Le gustaba ponérsela, le cubría la parte de los ojos. Luchaba con maestría, se notaba que su técnica era mejor pero... lo superaban en número. Miró hacia un lado, un potente cosmos se acercaba. ¿Otro caballero? Eso sí que era raro. Hizo arder su cosmos, sin su armadura, sólo para que el otro caballero se diese cuenta de que era aliado. ¡Mira que no llevar la armadura encima!

-¡Puedo ocuparme yo sólo de esto! -refunfuñó. Su orgullo no estaba por la labor de dejarse ayudar por otro guardián.

Antes de entrar en el edificio pudo ver siluetas moverse a través de una ventana, lo que le indicó que había alguien peleando allí dentro. Abrió una puerta dando una patada en la cerradura, encontrándose con un hombre vestido con una gabardina que estaba combatiendo solo contra varios enemigos al mismo tiempo.–No podrás con ellos tú solo- dijo el pelinegro, dándole un golpe a uno de los individuos que ahora los estaban rodeando a los dos.

-No hagas nada precipitado, es una orden de un caballero dorado- el caballero de Piscis hizo que su cosmos los envolviera, haciendo retroceder a sus enemigos. El resplandor dorado de Yusei dejó al descubierto a los maleantes, sorprendiéndose al ver que todos ellos estaban utilizando ropas similares a las de los invasores que atacaron ciudad Kaus semanas atrás.

Algo era seguro, si esos rufianes eran camaradas de los que masacraron a sus compañeros no los iba a perdonar.  –Stardust Rose- Yusei estiró su brazo hacia arriba, creando una única rosa con los pétalos desteñidos y traslucidos como cristal. Cuando los pétalos se desprendieron  del tallo un poderoso tornado de cuchillas de cristal se formó alrededor de Yusei y el guerrero solitario, mandando a volar los cuerpos de sus oponentes al mismo tiempo que generaba cortes profundos.

Cerró su puño, ordenando a la ventisca de pétalos detenerse. Los cuerpos de los invasores estaban en el suelo, demasiado heridos como para continuar. No había forma de que guerreros tan débiles resistieran el poder de un santo dorado.

-Soldados rasos. No son muy fuertes, pero si atacan en conjunto pueden ser una verdadera molestia- Yusei se agachó para tomar un medallón que se encontraba en el suelo. Era la misma marca que portaban los hechiceros. Arrojó el medallón hacia el castaño.

-¿Qué es lo que estás haciendo solo? Kaus no es una zona de entrenamiento, pudiste ser destrozado por jugar al héroe- se cruzó de brazos y lo observó con estoicismo.

Un dorado. Lo que faltaba. El orgullo de Leko era tal que lejos de aceptar de buen grado la ayuda ofrecida le molestó que estuviese allí. Quizás su poder fuese menor, pero ello no quitaba que fuese insuficiente para patear el trasero de unos cuantos bobalicones que querían molestarlo. A fin de cuentas tenía habilidades que el resto no por el mero estatus de santo plateado, como velocidad, fuerza, agilidad, incluso sin su armadura puesta. Años de entrenamiento debieran servir de algo, ¿o no?

El cosmos del otro santo desprendía poder, imponía respeto. Seguro que hasta aquellos mamelucos podían sentirlo con facilidad. Los ojos de Leko, a través de la máscara vieron como con una simple técnica se deshacía de todos ellos, lo cual solo empeoró el humor del de rango menor. Se sentía un poco inferior a él tras ver esa hazaña, y no solo a nivel de rango. Los caballeros que conocían al noruego sabían que sus aspiraciones eran más altas que la de un raso caballero de plata: ansiaba el oro. Precisamente el oro que ese chico debía portar. Rosas, la firma de los caballeros de piscis. Se quitó la máscara que guardo en su gabardina con el rostro crispado.

-Sigo diciendo que podría haberlos despachado yo solo.

Gruñó con tono poco amigable, dirigiéndole una mirada chulesca. Agarró al vuelo la pieza, mirándola fijamente. No había visto en la vida un medallón, o joya, como aquella, y si lo había visto ni lo recordaba. Leko podía recordar nombres, caras, lo que fuese, menos detalles como el atuendo o abalorios de una persona puesto que lo consideraba fútil. No le prestó mucha atención, se concentró de nuevo en el compañero de armas.

-No creo que tenga porqué darte explicaciones -respondió con algo de chulería-.SImplemente los vi haciendo majaderías y decidí darles una lección, hasta que apareciste tú con tus aires de dorado. No necesitaba tu ayuda, ni que demostrases lo poderoso que eres derrotándolos sin inmutarte. -Se notaba que estaba muy molesto con aquello-. Los plateados también podemos ser poderosos.

Lo más que esperaba de parte del caballero desconocido era que le reclamara por haber interferido en su pelea como todos los niños que se sentían invencibles por el hecho de portar una armadura, ya que incluso él necesitaba de ayuda a veces siendo un santo dorado. Al principio lo percibió como el típico soldado que quería demostrar sus habilidades, pero cuando mencionó lo de que no necesitaba que un dorado le ayudara y que pertenecía a los santos de plata entendió que su intervención y lo que dijo pudo haber sido interpretado por él como menosprecio.-Esa no era mi intención- le dijo sin titubeos, no tenía razones para mentir.  

-La situación actual de la ciudad es en extremo peligrosa, ni siquiera confío en los caballeros que poseen el mismo rango que yo- Había visto tantas cosas desagradables desde que llegó a Kaus que no pensaba que un forastero pudiera entender lo que sentía. El sentimiento de impotencia estaba muy arraigado en su corazón, al igual que la culpa.

-Esta no es una competencia para demostrar cuál de nosotros es el más fuerte. Deberías tener en orden tus prioridades- la mirada del caballero de Piscis pasó de indiferente a severa, como si lo dicho por el caballero desconocido lo hubiera provocado-Nunca vas a demostrar lo que quieres si tienes esa mentalidad tan básica.-  se giró para dirigirse a la salida, pero algo lo hizo recapacitar, entendiendo que no podía dejarlo ahí. –Te iba a dejar marchar por tu lado pero he cambiado de parecer- se detuvo.- Kaus es una ciudad peligrosa si eres un Santo de Athena. No quiero encontrar tu cadáver pintarrajeado con el símbolo de ese medallón, a partir de este momento estás a mi cargo- Aunque no estuviera de acuerdo con la forma de pensar que tenía el chico enmascarado, no era recomendable dejar a un compañero de rango inferior vulnerable. Prefería que lo estuviera incomodando en casa que encontrar su cuerpo sin vida en las mismas condiciones en las que había encontrado a los santos de bronce que arribaron en Kaus.

Lo miró por encima del hombro-No tienes otra opción, el Patriarca me ha dado potestad sobre los soldados que llegan a esta ciudad.- Dijo para darle otro puntapié en el orgullo a ese santo de plata. –Mi nombre es Yusei, Santo de Piscis- se presentó antes a travesar la salida. Llegó a su motocicleta y buscó en el compartimiento un casco extra.