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La nube solitaria, el fénix resurge en otra vida [Entrenamiento]
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La nube solitaria, el fénix resurge en otra vida [Entrenamiento]
Tras la batalla que tuvo con sus mentores, Hrod-ward se adueñó de la armadura de Fénix y se ganó la libertad. Ahora el podia llamarse el Santo de dicha constelación y plantarlo en cara de otros solo para molestarles, pues quería probar el poder que había ganado junto al derecho de portar la armadura de Bronce.
No detuvo su entrenamiento, siguió meditando y endureciendo su cuerpo, y cuando estuvo listo, partió de la Isla de la Reina Muerte, que sin su presencia ni la de su par de maestros, quedaría sin vida humana en su interior. El barco lo llevó hacia una playa cercana a una localización aparentemente clave para el Santuario, que era la ciudad Kaus, aunque para ello debía tomar otras seis horas de camino en automóvil.
Hrod-ward decidió tomarse su tiempo, salió vestido de negro de aquella embarcación y colgando como una ligera mochila la caja de acero que a su vez llevaba la armadura en su interior, sus zapatos brillaban y la corbata negra por sobre la camisa blanca, estando a la vez debajo del saco negro le hacían parecer alguien elegante, y digno de asaltar en busca de dinero, siendo este momento de aclarar que consiguió el traje robándolo de una pequeña lavandería del barco, el encargado del misni afirmaba que Hrod-ward solo le quitaría el traje por sobre su cadáver, y así fue.
Al cabo de las seis horas el joven Santo de Fénix ya se encontraba en las altas cumbres nevadas de unas montañas que se asomaban a la Ciudad Kaus, miró espectante la ciudad bañada en la luz del día y entonces se quitó la ropa, mostrando tener unos harapos feos debajo del elegante traje que llevaba encima, dichos harapos oscuros fueron apresados por la armadura de bronce de Fénix, que cubrió el cuerpo de Hrod-ward en segundos. poco antes de la tormenta, guardó el sofisticado traje en la caja de la armadura y empezó su programa de entrenamiento nuevo.
Estaba en el lugar que quería, una nevada cima de una montaña, con un par de bosques alrededor, y un calentamiento de seis horas al pasear y subir las montañas de Kaus.
-A falta de otros Santos para masacrar, una buena cima hay que descongelar.-
Tal y como lo había dicho, el objetivo del Santo de Bronce era nada más y nada menos que derretir la cima de una montaña, el hecho de hacer un deslave o alguna avalancha serían riesgos de trabajo que el estaba dispuesto a correr independientemente de que algún alpinista idiota tuviese mala suerte y el Fénix tuviera éxito en su intento.
Sus brazos comenzaron a destilar la nube de asedio con la cual había derrotado a sus maestros, entonces comenzó a disiparla a una velocidad tremenda como si de un lanzallamas se tratáse, degradando los árboles a simples cenizas debido al contacto con el tóxico cúmulo de cosmos.
Así logró destruir una pequeña parte y hacer que la nieve empezara a desplazarse de a poco, pero no fue suficiente para el santo de Fénix, que dejó de disipar la nube y la concentró en sus manos. Lanzó golpes con la orilla de sus manos, cortando así algunos árboles que se cruzaban en el camino del libertino joven, deshaciéndose de los mismos rápidamente, teniendo pocas dificultades en atravesar la pequeña parcela de árboles com si de un cortador de césped tratáse.
Cuando todos los árboles estuvieron apilados en un montón, Hrod-ward retrajo su puño izquierdo hacia atrás y extendió la palma derecha adelante, con una mirada de decisión y unos ojos rojos que ardían como el sol exclamó la legendaria técnica de su constelación guardiana.
-¡Ave Fénix!-
Una ráfaga ígnea se despidió desde su palma hasta el montón de árboles que en cuestión de segundos se convirtieron en la comida del fuego creado por el cosmos de Hrod-ward. La nieve comenzó a derretirse, tal y como el brazo de Hrod-ward casi lo hace al experimentar la legendaria técnica del Ave Fénix, pero por su rutina en la Isla de la Reina muerte, solo tuvo quemaduras leves en el brazo, llegando a la conclusión de que debería aprender más a dominar esa técnica antes que nada.
El calor de las llamas y su incapacitado brazo le dieron una idea de qué tan fuerte era dicho poder, por lo que agarró la caja de su armadura y esperó el deslave que lo arrastró por algunos metros, la caída por las rocas hubiera sido fatal, de no ser porque aún seguía consciente y podía bloquear los daños anteponiendo sus brazos.
Despertó malherido, entre la nieve y el agua que se creó en su misma rutina. Observó que estaba a los pies de la montaña sin nieve y a unos cuantos kilómetros a pie de la ciudad Kaus. Tomó su caja entre las ramas de un pino que había sido destrozado al recibir el impacto del cubo de acero y su armadura tomó su forma original, se colocó el anterior traje y caminó con la armadura en su espalda hasta Kaus, cojeando un poco por el daño que se había hecho, pero que en cierta forma le satisfacía, quería volverse fuerte, y el sentir dolor le aseguraba que, aparte de que seguía vivo, podía mejorar todavía más, y si el podía hacerlo, podría encontrar oponentes fuertes, sean santos o cualquier cosa que fuera. Nada lo iba a detener.
No detuvo su entrenamiento, siguió meditando y endureciendo su cuerpo, y cuando estuvo listo, partió de la Isla de la Reina Muerte, que sin su presencia ni la de su par de maestros, quedaría sin vida humana en su interior. El barco lo llevó hacia una playa cercana a una localización aparentemente clave para el Santuario, que era la ciudad Kaus, aunque para ello debía tomar otras seis horas de camino en automóvil.
Hrod-ward decidió tomarse su tiempo, salió vestido de negro de aquella embarcación y colgando como una ligera mochila la caja de acero que a su vez llevaba la armadura en su interior, sus zapatos brillaban y la corbata negra por sobre la camisa blanca, estando a la vez debajo del saco negro le hacían parecer alguien elegante, y digno de asaltar en busca de dinero, siendo este momento de aclarar que consiguió el traje robándolo de una pequeña lavandería del barco, el encargado del misni afirmaba que Hrod-ward solo le quitaría el traje por sobre su cadáver, y así fue.
Al cabo de las seis horas el joven Santo de Fénix ya se encontraba en las altas cumbres nevadas de unas montañas que se asomaban a la Ciudad Kaus, miró espectante la ciudad bañada en la luz del día y entonces se quitó la ropa, mostrando tener unos harapos feos debajo del elegante traje que llevaba encima, dichos harapos oscuros fueron apresados por la armadura de bronce de Fénix, que cubrió el cuerpo de Hrod-ward en segundos. poco antes de la tormenta, guardó el sofisticado traje en la caja de la armadura y empezó su programa de entrenamiento nuevo.
Estaba en el lugar que quería, una nevada cima de una montaña, con un par de bosques alrededor, y un calentamiento de seis horas al pasear y subir las montañas de Kaus.
-A falta de otros Santos para masacrar, una buena cima hay que descongelar.-
Tal y como lo había dicho, el objetivo del Santo de Bronce era nada más y nada menos que derretir la cima de una montaña, el hecho de hacer un deslave o alguna avalancha serían riesgos de trabajo que el estaba dispuesto a correr independientemente de que algún alpinista idiota tuviese mala suerte y el Fénix tuviera éxito en su intento.
Sus brazos comenzaron a destilar la nube de asedio con la cual había derrotado a sus maestros, entonces comenzó a disiparla a una velocidad tremenda como si de un lanzallamas se tratáse, degradando los árboles a simples cenizas debido al contacto con el tóxico cúmulo de cosmos.
Así logró destruir una pequeña parte y hacer que la nieve empezara a desplazarse de a poco, pero no fue suficiente para el santo de Fénix, que dejó de disipar la nube y la concentró en sus manos. Lanzó golpes con la orilla de sus manos, cortando así algunos árboles que se cruzaban en el camino del libertino joven, deshaciéndose de los mismos rápidamente, teniendo pocas dificultades en atravesar la pequeña parcela de árboles com si de un cortador de césped tratáse.
Cuando todos los árboles estuvieron apilados en un montón, Hrod-ward retrajo su puño izquierdo hacia atrás y extendió la palma derecha adelante, con una mirada de decisión y unos ojos rojos que ardían como el sol exclamó la legendaria técnica de su constelación guardiana.
-¡Ave Fénix!-
Una ráfaga ígnea se despidió desde su palma hasta el montón de árboles que en cuestión de segundos se convirtieron en la comida del fuego creado por el cosmos de Hrod-ward. La nieve comenzó a derretirse, tal y como el brazo de Hrod-ward casi lo hace al experimentar la legendaria técnica del Ave Fénix, pero por su rutina en la Isla de la Reina muerte, solo tuvo quemaduras leves en el brazo, llegando a la conclusión de que debería aprender más a dominar esa técnica antes que nada.
El calor de las llamas y su incapacitado brazo le dieron una idea de qué tan fuerte era dicho poder, por lo que agarró la caja de su armadura y esperó el deslave que lo arrastró por algunos metros, la caída por las rocas hubiera sido fatal, de no ser porque aún seguía consciente y podía bloquear los daños anteponiendo sus brazos.
Despertó malherido, entre la nieve y el agua que se creó en su misma rutina. Observó que estaba a los pies de la montaña sin nieve y a unos cuantos kilómetros a pie de la ciudad Kaus. Tomó su caja entre las ramas de un pino que había sido destrozado al recibir el impacto del cubo de acero y su armadura tomó su forma original, se colocó el anterior traje y caminó con la armadura en su espalda hasta Kaus, cojeando un poco por el daño que se había hecho, pero que en cierta forma le satisfacía, quería volverse fuerte, y el sentir dolor le aseguraba que, aparte de que seguía vivo, podía mejorar todavía más, y si el podía hacerlo, podría encontrar oponentes fuertes, sean santos o cualquier cosa que fuera. Nada lo iba a detener.
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