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Mensaje por Invitado Mar Nov 22, 2016 4:39 pm

Nevaba. Eso no era inusual en Asgard, el país al extremo norte del mundo, donde la regla era mantener un frío inconmensurable para que el resto del planeta pudiera gozar de la luz del sol. Naturalmente algunos de los habitantes deseaban tener un poco del astro, pero unos selectos disfrutaban el clima. En esa elite se contaba el enorme hombre de dos metros cincuenta que estaba sentado sobre una silla de roca negra en la parte alta de un altar. Ubicado al fondo del templo que era la estructura más destacable de la ciudadela en donde vivían, Ivan tenía una perfecta vista de todos los asistentes a la procesión.

Era de envidiar. Brongaard era una maravilla de tiempos antiguos trasplantada a una modernidad inaguantable - apostada en la parte alta de una montaña con caída severa de cientos de metros en cara al mar, la ciudadela se expandía con cada día que pasaba. Solo pudiendo llegar allí a través de caminos estrechos con una inclinación en extremo peligrosa, las dos entradas, a cada lado de la ladera, conectaban con la calle principal por la que se distribuían edificios de roca gris oscuro. Subiendo por los callejones apretujados se llegaba a la única plaza de la ciudad - en medio de la cual se había eregido una fuente de agua salada con motivos marinos, elección popular del consejo ciudadano. A su alrededor chozas y cabañas de piedra se expandían más y más hasta parar en los limites del templo donde vivía el gigante blanco. Escaleras, muros altos con almenas filosas y estandartes recibían a los creyentes, quienes rezaban en comunión y exclamaban en el salón principal con mira al océano. Era allí, alrededor de una fogata descomunal, que tres encadenados fueron presentados.

Dos hombres y una mujer. Impedidos por cadenas de brillante color rojo, pesadas como nada en el mundo, sus rodillas sonaron al caer al suelo. Sin embargo todavía se mostraban desafiantes y no era para menos: los Santos de Athena eran así de salvajes e indomables. Eso le gustaba, en cierta forma. Pero a los creyentes de Brongaard...

Ivan levantó la mano e hizo un gesto positivo. Todos los asistentes comenzaron a rezar, sus cuerpos iluminados por el azul de aquel fuego antinatural. Algunos estaban postrados, otros erguidos y la mayoría llevaba en sus manos pequeños frascos con sangre que goteaban con lentitud al suelo. Drip drip drip. El mantra era recitado, las voces unidas y la noche domada. La nieve pareció unirse también, los copos danzando al compás de los rezos. De esos rezos se levantó el poder, una energía que de seguro los Santos reconocerían: cosmos. El cosmos de cada uno de los creyentes se elevó y se unificó en flamas etéreas apacibles, casi demasiado apacibles.

Deliciosa y hermosa paz pensó Ivan quien como una estatua, observaba todo. Su rostro estaba oculto y solo un ojo, el izquierdo, se asomaba atento al acto. La voz de dios estaría complacida, de seguro.

Fue allí que una distracción se dio lugar: uno de los santos elevó su poder y se volvió una estela de luz que saltó y atacó, dirigiéndose directamente contra Ivan. Inmutable el hombre lo dejó continuar hasta que su puño impactó contra su cuerpo o al menos, esa fue la intención del griego: sus dedos chocaron contra un escudo rojo brillante que flotaba frente al albino quien dio un manotón frontal, mandando al caballero contra el suelo. Enterrado a medias se levantó, respirando pesadamente. Era hasta adorable. En su mente añadió, de seguro se pasaba lo típico de "no tiene presencia", " no siento su cosmos" y "debo ayudar a mis compañeros". Adorable y admirable, la verdad. Pero ahora el silencio dominaba. Los creyentes esperaron y tras unos cinco segundos, Ivan respondió al levantarse del trono negro. Bajando los cinco peldaños se colocó frente al santo y levantó la diestra, indicándoles que continuaran con el ritual. Del Santo se encargaría él.
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Mensaje por Invitado Miér Nov 23, 2016 4:46 pm

El Santo no esperó para atacar. Cerrando su puño lanzó un esperado rayo de cosmos en su contra, disparo estalló al entrar en contacto con su persona y formó una nube que lo cubrió casi en su totalidad. Una vez se dispersó sin embargo, Ivan reveló un hacha para talar en sus manos - igual de roja y brillante como las cadenas que lo habían mantenido preso junto a sus compañeros. Frunciendo el entrecejo el Santo atacó de frente en un mano a mano, espacio en el que la mole se movió y evadió cada uno de sus golpes como si no fuera un gigante de dos metros cincuenta. En cierto momento tras evitar tres golpes y una patada en barrida levantó finalmente el hacha con las dos manos, la presión del mero acto cortando el pecho del caballero para dejar una raya sangrienta - menos de un segundo después toda la fuerza cortante cayó sobre su cuerpo; aunque intento bloquear con cosmos y las manos en una adecuada posición el metal bajó como si el chico no fuera más que mantequilla: su mano derecha salió volando, el antebrazo izquierdo se partió y el torso quedó dividido en diagonalmente en dos, el fémur derecho cercenado de igual manera. Para misericordia del Santo el golpe lo mató al instante, así que no sufriría.  Allí el filo del hacha se hundió en la roca, tras lo que su portador giró el mango y soltó una onda de choque cósmico que envió todas las partes directo al fuego. El olor a carne llenó el aire y el terror mudo de los otros dos santos solo compaginó el efecto.

No. Más que terror, era una clase de plan. El hombre estaba murmurando algo para con la mujer, quien parecía consternada a la misma medida que decidida. Adorable, totalmente adorable. Colocando el tope del hacha sobre el piso aplicó su energía para devolverla a la runa, donde se guardaría con los demás implementos de guerra. Ese fue el disparador para la ronda dos: los santos que quedaba se colaron de las cadenas (tendría que apretar más su agarre la próxima vez, al parecer) y atacaron al unísono. El hombre con un derechazo y la mujer con una patada, ambos embates que jamás llegaron a conectar. Desapareciendo de sus campos visuales Ivan se posicionó por detrás de los griegos y dio un pisotón, pisotón que tomó como aterrizaje la espalda del chico. 'Crac' sonó la roca al enterrar la cabeza del santo, quien de alguna forma levantó el rostro y le gritó a su compañera que escapara. Ella sin mirar atrás hizo lo propio y dio potentes saltos contra el acantilado, subiendo en un estilo que bien podía definirse como 'parkour'.

Sí, adorable. Mirando su figura Ivan le apuntó con los dedos de la siniestra, enviando flechas desde la runa a una velocidad que moderó con sumo cuidado; diez proyectiles fueron disparados y sólo tres dieron en el blanco - uno en un muslo, otro en el hombro y otro perforando su estómago. Suficiente pensó. Con eso escaparía herida y paranoica, pero no lo suficiente como para no salir de los limites e informar a sus superiores de lo ocurrido con ella y sus amigos. Todo iba de acuerdo al plan.

Lástima para el Santo restante que ese plan requería su muerte. Mirando abajo el albino oyó improperios e insultos, gestos que eran usuales en alguien enfrentando una muerte cercana. Sin prestarle atención ejerció presión en su pisada, manteniéndolo fijo y quetecito. Sacando una estaca de dos metros y medio de su runa apuntó al centro y empujó, firme, duro y certero. Desde el recto la estaca penetró con un sonido que era semejante a un 'escuak' mutizado, la punta saliendo por la clavícula a un lado del cuello. Si lo había hecho correctamente, estaría vivo, y sólo había una forma de comprobar. Tomando la parte de abajo de la estaca la levantó lenta y parsimoniosamente, oyendo los quejidos de dolor del Santo quien agonizaba pero estaba, adecuadamente, vivo. No por mucho. Encaminando el cuerpo empalado hacia la fogata vio el fuego azul acariciar el cuerpo del caballero, quien primero gritó ahogadamente y luego, solo se quejó internamente. Con un ademán pronunciado Ivan fijó la estaca en el suelo, dejando que las llamas consumieran lo poco de vida del enviado de Grecia.

A su alrededor los seguidores de la fe continuaron sus rezos, levantando las manos en una oda cuando sintieron la vida abandonar al hombre, su cosmos repartiéndose en ondas a través del templo. Eso debía complacer la voz de dios, o al menos eso esperaba.
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Mensaje por Invitado Sáb Ene 07, 2017 7:22 pm

Al abrir los ojos se encontró bocarriba en una playa, mirando al cielo nocturno. La bóveda estaba clara, las estrellas del norte parpadeando conforme la tonada del mar lavaba sus pies. Respiró con suavidad, parpadeando varias veces. Después de aquella experiencia estaba ido y ahora la sensación se incrementaba. Cerró los ojos, dejándose llevar por el sonido del océano.

-¿Señor Ivan?- dijo una voz. Era una mujer. Una de las creyentes de Brongaard, de hecho. Caminando en su dirección lo miró desde arriba, sonriendo. -¿qué hace aquí?- preguntó. Ivan no respondió de inmediato, su vista yéndose al resquicio de entrepierna que podía ver debajo del hábito de la mujer.

...

-Esa misión lo dejó mal. A ver.- comentó la chica, su cabello dividido en dos matas por la mitad. Su atuendo era de un blanco nieve con detalles en dorado - la túnica de los acólitos que lo habían seguido desde Rusia. Al menos no era uno de los horribles asgardianos, pensó, recostando la cabeza. En esos instantes lo estaba ayudando a coser las heridas, usando hilo quirúrgico guardado en su cámara privada del templo. Frente a ellos estaba el solar, desprovisto de techo y sobre el que caían algunos copos solitarios. Estaba frío, pero la costumbre sobrevenía lo demás. -¿cómo llegó a la playa?-

-No estoy seguro. Pero pude obtener lo que fui a buscar.- respondió él, levantando el brazalete de serpiente que en esos momentos, se había desunido para ser una cadenilla. Era normal en la diosa del mar: usar joyería cambiante. Colocándolo a un lado, bufó, acomodando su posición sobre la bañera que estaba usando, moviendo las piernas para que la chica viera mejor el interior de su muslo izquierdo, donde había un corte profundo. Ni siquiera se había dado cuenta de ese.

-Es lindo.- dijo ella, mirándolo fugazmente. Estaba sonrojada, notó. De hecho, pudo cacharla mirándole el miembro, que estaba a medio punto. -Está listo.- comentó por fin, cortando el hilo y dándole un toque al borde del corte. Con el movimiento de paso le rozó la punta, que sobresalía un poco.

Lo pensó por un momento, fijando sus ojos en ella. De seguro participaba en los rituales y demás, todos los de Rusia que sobrevivían hasta entonces lo hacían. Era parte de la salvación propuesta por la voz de dios. Y estaba seguro además, de que ya habrían copulado en alguna ocasión anterior. Pero eso se veía lejos y él se mantenía espaciado.

Fue allí cuando cambió de posición, mirando a la chica ojo con ojo. -Gracias por coser.- dijo, algo inusual en él. Igual, se sentía fuera de si, así que daba lo mismo.

-No no. Es lo mínimo que puedo hacer. Desde que me salvó en el bosque de Jikaljan creí que no podría hacer algo por usted. Es bueno retribuirle la salvación.-

Sí, era de los rusos. Pensar en eso hizo que se le endureciera la entrepierna.

-Es el trabajo que encomendó la voz de la reina.- dijo él mirando al cielo. Recordar las historias lo ponía de buen humor, lo que a su vez lo relajaba. Y vaya que necesitaba de eso. -¿Se va a quedar?- preguntó, mirándole las piernas.

-No quiero ser una molestia, la verdad.- Ivan tocó el cinto de su túnica, abriéndola con un movimiento de sus manazas. Ahora sí la recordaba: sí, era la chica que se les había unido en su marcha hacia Asgard, aquella que fue amenazada por los aulladores de los riscos, esas bestias extrañas que solo salían en las historias del norte de su país - y si la recordaba era porque esos senos eran inconfundibles: firmes, redondos, con pezones chicos. Aunque, debió corregirse, todavía no habían cogido juntos. Ivan la miró con las cejas suavemente erguidas. -¿Quieres hacerle honra a la diosa?- le preguntó terminando de abrir la túnica, pasándole un dedo por la pierna derecha. -¿De verdad?- inquirió ella a su vez, insegura. No era timidez, oh no, bastantes veces la había visto saltando sobre el pito de otro de los seguidores de la fe (tomando nota de sus senos, y como rebotaban, y de como se derretían algunos copos sobre ellos) como para pensar eso. Y después de todo, también se había sonrojado al verle la verga - mojado, de hecho. La excitación era algo que no pasaba desapercibido para ambos sexos si no había ropa de por medio. -Ven aquí.- dijo con simpleza, tomándola por el trasero para acercarla. Ella trastabilló hacia delante, cayendo sobre su pecho desmedido. No solo parado se notaba la diferencia de tamaños sino también acostado, así que debió acomodarse bien para quedar rostro con rostro.

Eso seria un pequeño problema. Siempre era un problema, de hecho. Si se las cogía, no eran tan altas como para algo más. A veces ni podían chuparle los pezones como mínimo. Oh, se tendría que conformar con verle rebotar las tetas.

Pensar eso lo hizo removerse, su pene rozando las piernas de ella. Por lo menos era estándar ahí abajo. -De ve...ah...aja...- río ella con una risa baja, Ivan pasándole el índice entre las nalgas y de ahí al frente, una y otra vez. -De verdad, no quiero molestar.- murmuró, restregándole el rostro en la clavícula. Ivan hundió más los dedos, usando la otra mano para ajustarse y ajustarla a ella. Maldita diferencia de tamaños. -Los dioses nos hicieron para esto. Y a la reina le gusta ver que sus siervos vivan - sólo--- solo ¿qué? Daba igual lo que dijera. Se encogió de hombros para sus adentros, dejando de hablar. Se concentró en lo que quería hacer, bombeándose el pene y frotándola a ella. Del solar abierto entraron algunos copos, derritiéndose en el agua o bien, en la piel de ella. A los minutos ya estaba embistiéndola con moderada violencia, aprovechando la emoción de verle las tetas rebotar. Y en ocasiones como de sus pezones caían gotas de agua y...¿sudor? Sí, sudor.

Ya se empezaba a sentir mejor.
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