Levee of Ice

La nevada había azotado Rodorio sin piedad alguna. Tras cubrir las calles y congelarle el trasero a más de uno, ahora las plazas eran blanco brillante bajo la extensión de gris en que se había transformado el cielo. El mediodía estaba por llegar y con él, las ocupaciones del almuerzo - practica ininterrumpida para los aldeanos que contra viento y marea y hielo se abrían paso en la vida. Y como parte de sus tareas, antes de que aconteciera la rumorada reunión de Santos de Oro, le tocó ayudar a mover la nieve de la plaza central de la villa. Eso, por supuesto, le hizo preguntar sobre el estado de los terrenos de entrenamiento. La respuesta de los enviados del Santuario fue bastante curiosa: había nevado pero en lugar de acumularse, la nieve se derritió a una velocidad pasmosa, creando ríos y charcos que se filtraron por las escaleras descendentes y los barrancos alrededor del refugio - congelándose en cascadas heladas que se transformaban poco a poco en paredes de hielo grueso. No sólo había que encargarse de la nieve en Rodorio le dijeron, sino también de romper el hielo circundante de los barrancos.

Bueno, primero lo primero pensó. Con una pala en hombros el japonés miró adelante, donde algunos soldados rasos abrían canales que servirían como caminos para las carretas. Lo suyo, supuso, seria abrir la vía para los peatones. Tan solo se encogió de hombros, empezando a cavar. Luego de eso iría donde los riscos y rompería hielo, tarea menial que se volvería más servil cuando más nieve cayera y se derritiera, empezando el ciclo de nuevo.

-No veo el problema con algo de nieve.- Dijo apoyándose en la pala, mirando en dirección del Santuario. De nuevo hablaba en su nativo japonés, su acento de Osaka bastante pesado.

El frío mermaba en todos aquellos que ayudaban a paliar los caminos, al menos, a todos excepto a él mismo. Rintaro se preguntaba el porqué de tanta aprehensión con el frío si al fin y al cabo, era solo una parte del clima. Todos estaban arropados con sendas prendas, guantes y botas por igual - contrario a él, quien estaba en su ropa usual: una camisa a rayas, un pantalón raído que le llegaba a las pantorrillas y...más nada. Ni siquiera lleva a zapatos, pues seguía descalzo. Incluso, le daba cosquillas sentir el agua corriendo entre sus dedos.

-Wueheheheh.- rio en su lado del camino, ya abierto para el paso. A su alrededor estaban los aprendices que le habían asignado, así como unos cuantos de los amigos del pub gay que frecuentaba. En algún momento de hecho, uno de los fresitos le preguntó como podía ir con aquellas fachas en tremendo frío. -Me gusta el invierno.- respondió con una risita en rostro, moviendo sus orejas. Eso le sacó algunas risitas más a los que lo rodeaban.

Entonces, en cierto punto, ocurrió un temblor. En la colina que estaba cercana se cuarteó un tremendo pedruzco, que cedió para dar paso a un deslizamiento masivo de nieve y hielo. Eso solo representaría el tener que mover y despejar los caminos, nada del otro mundo. Pero, y fue lo que se dio cuenta al milisegundo, había una chiquilla caminando por ahí. Si la aplastaban sacarla sería un problema - su cadáver sería muy chico para localizarlo sino hasta el día siguiente.

Se movió sin más. Usando la velocidad de la luz el tiempo pareció detenerse a su alrededor, momento en que tomó el cuello del traje de la chica para moverla de sitio, ajustando la posición de ambos para quedar cara con cara a unos tres metros de la zona de impacto. Cuando dejó de usar la capacidad característica de los Santos de oro, el hielo chocó con un bramido ensordecedor.

-Wuah. No me esperaba hacerlo a la primera. Wuehehe.- rio de nuevo. La verdad, le extrañó poder moverse así de buenas a primeras. Usualmente debían patearle el culo para algo de ese estilo. Y entonces le llegó el registro del ruido a los oídos y con él, la realización de lo que tenía al frente. -Uoooh ¡tienes las mismas orejas que yo!- exclamó toqueteandose la punta de las orejas, extendidas y hasta cierto punto, punzantes. Eran fuera de lo común y corriente, sin duda. -¡Wuahahahahahaha!- rio, mirando de frente a aquella chiquilla escuálida.