Crimson Curse - Batalla en la Casa de Piscis [Atem Vs Yusei]

El dolor se acrecentaba con cada paso que daba, forzándolo a detenerse en la entrada de la casa de Piscis. El templo se encontraba a oscuras y la luz del cometa repulse hacía que su sombra se alargará más y más conforme se acercaba. Yusei no advirtió la presencia de la estrella fugaz hasta que ésta lo arrastró varios metros hacia el interior de la casa de los peces gemelos. Cayó al suelo boca bajo, escupiendo un borbotón de sangre roja fluorescente que se transformó en pétalos de rosa al tocar el suelo. El escozor en su torso se extendía rápidamente. Revisó su armadura y no vio ningún agujero en ella, pero sentía que lo que había impactado contra su cuerpo había atravesado su piel. Ordenó a su armadura abandonar su cuerpo y rasgó su camisa, arrastrándose hasta el espejo de la recamara principal del templo de los peces gemelos. Revisó su espalda, no había nada más que un extraño tatuaje con forma de cráneo y una rosa saliendo de una de sus cuencas. No, no era un tatuaje, podía oler la carne quemada, en realidad era una herida hecha con fuego.

Rasgó el pantalón y se recostó sobre la cama, esforzándose por recuperar el aliento. Apenas podía moverse, pero cuando la mujer azul lo hizo enfadar de verdad logró devolverle la fuerza por unos segundos. Sentía que el que había lanzado ese ataque no había sido él, como si algo se hubiese apoderado de su cuerpo durante un momento.

Limpió sus heridas con un baño, frotándose con fuerza hasta dejar su piel enrojecida. Aún tenía ese olor a muerte en todo el cuerpo. Ese olor desagradable y el bombardeo de dolor que su cuerpo estaba recibiendo constantemente no lo dejaban pensar. Después de una hora de preparación, untó su mano con el remedio de hierbas de Akos y se vendó la mano de forma torpe al no estar acostumbrado a curarse a sí mismo, colocándose uno de sus guantes para sellar su trabajo.

Su estado no mejoraba, y le era difícil incluso hacer tareas simples como vestirse. Cuando se acostumbró al dolor pudo pensar en lo dicho por ese fantasma de piel azul: no podía reunirse con Atem. Lo que más deseaba era verlo, asegurarse de que estuviera bien, pero si las palabras dichas por el espectro resultaban ciertas, lo mejor era permanecer aislado en el templo de Piscis, por la seguridad de esa persona a la que amaba más que a nadie. Era algo duro, pero la decisión se tornaba sencilla cuando recordaba que lo hacía por el Santo de Libra.

El puño cargado de cosmos del Santo de Libra logró golpear su rostro, abriendo una grieta pequeña en su visor, dejando a la vista el ojo izquierdo de Yusei. Estaba abierto, como si la persona debajo de esa armadura estuviera en shock. -Dañaste mi casco, niño insolente- le dio una bofetada con todas sus fuerzas al Santo de Libra. Si había algo que el Príncipe de las rosas detestaba era que su manto sagrado mostrara huellas de suciedad. No había nada más humillante que volver al Edén con un casco dañado, ya no podía decir que salió ileso de su combate. El escudo era lo de menos, podía ser reemplazado, pero los componentes de su armadura eran extremadamente raros y valiososos, solamente un guerrero como él podía portar una leaf de esa categoría.

-Soy un guerrero que lucha por la justicia- una rosa roja apareció en su mano y se transformó en una tormenta de pétalos al momento de arrojarla hacia el caballero de Libra.-¡Tempestad Carmesí!-Los pétalos estaban cargados con el cosmos rojizo del caballero de Eris. Los pétalos no atacaron a Atem de forma directa, no: flotaban a su alrededor con delicadeza, como si la gravedad no existieran. -Son bellos de contemplar, pero si se te ocurre tocarlos... bueno, puedes despedirte de ese hermoso rostro- El señor de las rosas imperiales arrojó una pequeña piedra hacia uno de los pétalos, la cual se derritió como si hubiera tocado ácido.

Señaló un pétalo con su dedo índice y lo dirigió a la rodilla derecha del Santo, repitiendo el procedimiento con el brazo derecho, el hombro izquierdo, el pecho, la espalda. Pensaba en dejar ese rostro para el final. Quería pisotearlo.-Pensaba ser amable contigo, darte una muerte rápida para que te reunieras con tu amado, pero cometiste el peor error de tu vida al dañar mi imagen- rió. Era una risa incongruente con el terror en el ojo visible de Yusei.

-¡No!... No lo lastimes, por favor- Yusei le arrebató el control por un breve momento, dejando escuchar su voz otra vez. Podía ver lo que le estaban haciendo a Atem con claridad, y no era capaz de detenerlo. Él lo estaba dejando ver intencionalmente para hacerlo sufrir.

La inesperada bofetada lo hizo retroceder y cuando reaccionó se vio rodeado por una tormenta de pétalos rojos que danzaban en el aire. En la expresión del rostro del Santo de Libra era más notable la impresión por lo que veía que el dolor ocasionado por el golpe. Quiso dar un paso atrás cuando vio lo que provocaba el toque de los pétalos a esa piedra, pero entonces el enemigo atacó.

El contacto con el primer pétalo desgastó el metal de la rodillera de tal modo que no tardó en comenzar a agrietarse. Un poder extraordinariamente destructivo, pensó Atem; si era capaz de causar semejante daño a una armadura dorada con sólo un sutil roce, ¿qué le esperaba a él? Pronto lo averiguaría cuando la misma energía corrosiva alcanzara su piel. Pero no pudo hacer más que soltar un quejido de dolor antes de que otros pétalos impactaran en distintas zonas de su cuerpo; las protecciones del brazo derecho, el hombro izquierdo, el pecho y la espalda sufrirían los mismos daños.

La armadura de Libra se debilitaba rápidamente, incluso los trozos afectados de la misma se quebraban y caían dejando su torso y brazos desprotegidos y las horribles heridas a la vista. El cosmos destructivo consumía su cuerpo poco a poco y era doloroso... terriblemente doloroso. Quemaba como si estuviera literalmente en llamas e incluso le costaba trabajo respirar debido al dolor, mismo que expresaba mediante un lamento desgarrador.

Se lanzó al suelo de rodillas sin poder soportarlo, cayendo sin fuerzas se retorcía de dolor. ¿Acaso ese era el final? ¿Cómo iba a derrotar a un enemigo que lo superaba tanto en poder? E incluso si lograba alcanzarlo, ¿cómo lo haría sin lastimar a Yusei? No encontraba una solución y el tiempo se le agotaba. No sabía que hacer, estaba desesperado.

—Yusei... —ignorando la presencia del enemigo, llamó a Yusei con dificultad. Sabía que él estaba ahí a pesar de que no tuviera control sobre su propio cuerpo. Sabía que podía verlo, que estaba presenciando todo lo que sucedía. Y más allá del terrible dolor que estaba matándolo sólo podía pensar en él. En él y en lo que perdería si se rendía. En su dulce sonrisa; en esos ojos azules que tanto le gustaban; en su felicidad, esa misma que aquella noche le había permitido apreciar; en todo lo que hubiera deseado vivir junto a él...

Pero sentía que no podía continuar, dolía demasiado. No tenía fuerzas para levantarse. Sólo podía esperar que un milagro lo salvara. Aun siendo un Santo de oro, sentía que estaba perdido. Quizás las cosas habrían sido distintas si se hubiera tratado de un enemigo diferente, pero era Yusei a quien tenía enfrente, era su cuerpo y si lo atacaba, era él quien resultaría herido. Y matarlo no estaba en sus planes, aun cuando el propio Yusei se lo hubiera pedido.  

—Sé que estás ahí. Tienes que escucharme... Necesito que me escuches, por favor —pero confiaba en que él pudiera escucharlo, era su última esperanza. El saber que tenía aunque sea una mínima oportunidad de recuperarlo le daba fuerzas, debía aprovechar ese momento apelando a aquello que los unía—. Te amo. Te amo Yusei. Nunca he amado a nadie tanto como te amo a ti —confesó sin dudarlo y con cierto deje de desesperación en la voz. No había tenido oportunidad de decírselo hasta entonces, aunque quizás Yusei lo hubiera notado. Pero quería que lo escuchara de su propia boca, que supiera que lo amaba de esa forma como jamás pensó que amaría a un hombre—. El tiempo que pasamos juntos ha sido maravilloso... Aunque sólo hubiera sido una noche, no pude evitar enamorarme de ti y desde entonces no he dejado de pensarte. No imaginas cuán feliz me sentí al saber que tú me amabas igual. Habría... habría deseado poder darte más noches como aquella, despertar a tu lado en las mañanas, dedicarte cada segundo de mi tiempo...

Lento intentó reincorporarse pero le resultaba difícil, con sus manos temblorosas se afirmaba en el suelo tratando de mantenerse consciente porque hasta su vista se nublaba. Pero con ese simple gesto demostraba que no estaba dispuesto a rendirse todavía.

—Planeaba decírtelo cuando todo acabara —se refería a la invasión al Santuario, porque esa batalla en la que se veía envuelto ahora había sido completamente inesperada—, pero... no esperaba que esto sucediera —mantenía la mirada fija en el único ojo visible de Yusei mientras hablaba—. No soportaría perderte... es por eso que estoy dispuesto a luchar hasta el final con tal de recuperarte. Haré lo que sea, todo lo que esté a mi alcance. Resistiré todo el dolor que sea necesario para tenerte de vuelta a mi lado. Pero por favor, Yusei... no te rindas. Tú puedes detener esto, tienes que intentarlo. Te necesito. Realmente te necesito.    

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Defensa: 3 + 1 + 2 = 6/4 (acción 3) = 1.5

HP: 25.26 – 13.25 = 12.01

Acciones: 5/15

Ya no quería ver eso, pero ni siquiera era capaz de cerrar sus párpados. El espíritu maligno que lo estaba poseyendo deseaba que mantuviera sus ojos puestos sobre el Santo de Libra mientras los pétalos tóxicos derretían su armadura y le causaban heridas severas en la piel. Estaba sufriendo junto a Atem. Cada herida en la piel de su amado le dolía a Yusei. El príncipe de rosas había encontrado su verdadero punto débil, aquello que podía lastimarlo por encima de todas las cosas. Quiso correr hacia Atem cuando éste cayó al suelo, pero las cadenas invisibles que lo ataban lo forzaban a quedarse quieto.

Escuchó las palabras de Atem, sintiendo que su corazón había dado un vuelco. El Santo de Libra había dicho esas palabras que Yusei anhelaba escuchar. Se lo había dado a entender en repetidas ocasiones durante el tiempo que pasaron juntos, pero no era lo mismo intuirlo que escucharlo de la boca de su amado. -Si la vida pudiera darme otra oportunidad, definitivamente la usaría para quedarme a tu lado- lágrimas fluyeron a través del ojo visible de Yusei mientras el casco del príncipe de rosas se llenaba de grietas, dejando a la vista la mitad del rostro del Santo de Piscis.

Yusei tomó el control de su cuerpo. Ya no sentía la opresión del Príncipe de Rosas, como si éste se hubiese desvanecido. Observó sus manos temblorosas, sin poder creer que podía sentirlas y manipularlas de nuevo. Corrió hacia Atem, desvaneciendo los pétalos de rosa que lo rodeaban para que no pudieran causar más daño del que ya habían hecho. Lo abrazó, lo sostuvo entre sus brazos y depositó un beso en su frente, presionando su cabeza contra sus labios y prometiendo en voz baja que las cosas estarían bien. -Yo te amo Atem, te amo como nunca había amado a alguien antes. Me mostraste bondad y cariño en el peor momento de mi vida, y siempre estaré agradecido contigo por eso. Por ti estoy dispuesto a pelear todas las batallas con tal de volver a ver tu sonrisa.

Cuando todo parecía haberse solucionado una risa diabólica que provenía de las rosas lo desconcertó. El rostro de Yusei se puso pálido, separándose rápidamente de Atem. La armadura que tenía puesta estaba cubierta por espinas de acero, las cuales había utilizado para perforar el cuerpo de Atem como un alfiletero al abrazarlo. Su armadura se había tornado carmesí como una rosa sangrienta.

-¡Maldito!!- Yusei se violentó, creando rosas piraña que arrojó hacia las flores malignas que se burlaban de él, sin darse cuenta de que, impulsado por su deseo de cobrar venganza, las espinas de las rosas piraña no sólo estaba triturando las rosas impregnadas con el cosmos de Eris, también estaban pulverizando lo poco que quedaba de la armadura de Libra e infligiendo más heridas a Atem.

Por un instante Atem pensó que la situación estaba bajo control. Yusei había regresado y en sus brazos se sentía seguro. No podía evitar creerle cuando le decía que todo iba a estar bien. Pero ese sentimiento de tranquilidad se desvaneció tan pronto como aquel enemigo al que no podía ver volvía a mostrar señales de su presencia al atacarlo una vez más.

Sintiendo el dolor de las nuevas heridas Atem retrocedió alarmado, la sangre fluía en grandes cantidades impregnándose en su piel. La armadura que vestía Yusei, como si tuviera vida propia lo había agredido, y ese cosmos amenazante que le traía recuerdos desagradables inundaba el ambiente. Alzó la vista observando a Yusei, quien furioso y descontrolado se lanzaba al ataque.

—¡Yusei, no...! —alzando una mano intentó detenerlo con su voz, pero ya era tarde: las rosas piraña se habían encargado de destrozar lo último que quedaba de la armadura de Libra, dejando a Atem totalmente desprotegido, rasgando sus ropas e hiriéndolo en el proceso.

No podía culpar a Yusei, sabía que no lo había hecho adrede, pero el daño estaba hecho y no había vuelta atrás. El Santo de Libra se sentía cada vez más débil, sus manos temblaban y apenas podía mantener el equilibrio. Todo su cuerpo dolía y había perdido demasiada sangre ya.

Pero no podía rendirse todavía, debía liberar a Yusei de la amenaza, tenía que acabar con eso. Aun con lo último que le quedaba de energía planeaba derrotar al enemigo.

Y creía saber por dónde empezar, creía saber cuál era la fuente de ese poder maligno.

Príncipe de Rosas, así le había llamado cuando lo reveló.

—Yusei, te prometo que voy a liberarte de esto —le prometió al ver la expresión de su rostro. Le dolía verlo sufrir—. Voy a eliminar la fuente de ese poder maligno sea como sea. Me encargaré de que todo vuelva a la normalidad y podamos estar juntos otra vez. En esta vida.

Atem había tomado precauciones. Ahora empuñaba la espada dorada, una de las doce armas de Libra, aquellas que eran capaces de destruir estrellas. ¿Qué tan resistente podía ser el Príncipe de Rosas? No quedaba otra que arriesgarse para averiguarlo.

—Confía en mí, no voy a lastimarte. Sólo pretendo destruir esa armadura maldita.  

Su cosmos estalló. Sus últimas fuerzas, su última esperanza. Entonces se lanzó hacia Yusei. Aunque, no era Yusei su objetivo en realidad... su intención no era lastimarlo a él; la maniobra de ataque, el poder necesario, todo estaba dirigido con el único fin de destruir la armadura que lo oprimía. Apostaba todo a ese ataque y esperaba no estar equivocado.  
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Ataque: 3 (fuerza) + 1 (velocidad) + 2 (cosmos) = 6x2 (acción 8 ) = 12

HP: 12.01 - 7.37 = 4.64

Acciones: 3/15

-Atem- Yusei ni siquiera era capaz de moverse, no porque algo se lo estuviera impidiendo sino porque era el responsable principal de que el cuerpo de Atem estuviera lastimado. Ya no podía culpar al príncipe de rosas, él lo había herido con su propia técnica.-Me conmueve que estés dispuesto a llegar tan lejos por mí Atem- hizo una pausa, limpiando las lágrimas. Al ver a Atem determinado a salvarlo, Yusei no tuvo más opción que creer en sus palabras. Él había demostrado ser capaz de hacer cualquier cosa, tenía que creer en que él podría vencer a la semilla maligna que había germinado en su corazón.

El príncipe de Rosas retomó el control del cuerpo de Yusei. No había duda de que era él, ya que el color de su ojo visible había vuelto a ser carmesí. -Deja de decir estupideces, apenas puedes mantenerte de pie en ese estado lamentable- una de las cintas de su armadura rodeó su brazo derecho como una espiral, alargándose para formar una espada con una hoja delgada. Su arma se rompió por la mitad al entrar en contacto con el filo ardiente de la espada de libra.

La punta de la espada se encontró con el peto de la armadura del Dryad, creando roturas por todas partes.-Este no es el modo en el que yo quería terminar, pero mi misión ya ha sido cumplida gracias a tu participación, Santo de Libra- el Príncipe de Rosas sonrió mientras su armadura se caía a pedazos.-No importa si yo muero aquí, volveré a renacer en el Edén una y otra vez. El objetivo de los Dryads como yo no es derrotar a los Santos de Athena, eso es secundario- Un resplandor atravesó el pecho de Yusei. Se trataba de la semilla del mal.-Esta semilla ha estado drenando la energía de tu amado Yusei, enviándola directamente al cuerpo de Eris que se encuentra en el interior del árbol Uterus- El Dryad concentró la energía que le quedaba para conjurar una única rosa de color rojo que no tardó en arrrojar hacia el Santo de Libra. Atem ya no tenía posibilidad de sobrevivir. Si iba a perder esa pelea primero se encargaría de que Atem no saliera vivo de ahí. Y tenía justamente la carta que necesitaba para hacerlo dudar.

-Las semillas del mal no aparecieron solas en el Santuario de Athena, alguien las trajo del jardín del Edén. Tú Atem, tú fuiste el que contaminó a Piscis y a tu amigo el Santo de Escorpio- estaba comenzando a perder el control sobre el cuerpo de Yusei, pero eso había dejado de interesarle. Esperaba que el veneno de las rosas imperiales actuará de forma rápida para poder presenciar la muerte de Libra en primera fila antes de volver al Edén.