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Mensaje por Raziel Dom Dic 18, 2016 8:10 pm

Era un día tranquilo, el Sol estaba en lo alto iluminando la ciudad de Kaus y los transeúntes iban y venían a ocuparse de sus respectivos asuntos, resultaba un tanto frustrante que no pasara nada emocionante, el cuerpo me pedía una buena batalla que estimule mi espíritu de lucha, pero nada podía hacerse, los enemigos no aparecían así como así y aunque así fuera ponía en duda que pudieran oponerse ante mi grandeza. Como remedio para satisfacer mi ocio me encontraba tomando un pastel sentado junto a una mesa bajo una sombrilla en una de mis cafeterías favoritas, aquí el trato era cordial e incluso familiar, en cuanto a la comida tenía gran variedad pero yo siempre me decantaba por los dulces acompañado de algún que otro café o jugo de naranja. Sostenía un manga en una mano y con la otra la taza de café a la cual daba pequeños tragos, centrado totalmente en la lectura. Quería darme un pequeño capricho antes de llevar a cabo los planes que tenía para hoy, unos planes que en función de las circunstancias era el momento ideal para hacerlo, no iba a tener una oportunidad como esta de nuevo. Esto conseguiría acortar distancia en el camino que tenía que recorrer para alcanzar la meta de dominación mundial.

Esos planes de dominación eran mi objetivo y no iba a permitir a nadie que se interpusiera en mi camino. Pagué la cuenta de la cafetería y alcé el vuelo de regreso al Santuario, rumbo a la casa de Virgo en primer lugar. Había varias cosas que preparar, aunque tenía en mente los pasos a seguir era mucho más prudente asegurarse de que no había cabos sueltos. Los demás Santos estaban ocupados y no había ninguna noticia acerca de una convocatoria por parte de Athena ni del Patriarca, la paz reinaba en el santuario y parecía que todo iba a seguir así durante un tiempo mas esa paz sería efímera pues cuando llevara a cabo lo que tenía planeado comenzaría una nueva era, una era que me permitiría de una vez ponerme en marcha y no dar más largas a mi gran ambición.

Me mantuve durante varias horas en un estado de meditación para concentrar mi cosmos, el enemigo que debía de afrontar para cumplir mi plan no debía resultar un estorbo, nunca lo había visto entablar batalla y mucho menos hacer gala de sus habilidades, a mis ojos no era más que un humano común y corriente, frágil y prescindible. Se me dibujo una sonrisa llena de soberbia, cuanto más lo pensaba más me quedaba claro que lo que iba a llevar a cabo era la perfección orquestada por la mente de un genio.

Abandoné la casa de Virgo y sigiloso cual depredador acechando en la maleza a su presa me encaminé a los aposentos del Patriarca, no me molesté en tocar la puerta ni en pedir permito para entrar, únicamente bastó una severa explosión para derribar lo único que se interponía entre mi víctima y yo. -Perdón por la intromisión pero tengo que hablar contigo Patriarca. En efecto, la persona con la que había venido a liquidar era el Patriarca, un obstáculo que estaba en medio de mis grandiosos planes, le había dejado vivir por mucho tiempo, pero ya era el momento en poner fin a su vida.

Como no el hombre se sorprendió por tan repentina intromisión y enseguida empezó a lanzar ordenes y exigencias de todo tipo, yo me quedé estático mirándolo cruzado de brazos sin responder a lo que me pedía. -Ya estas demasiado viejo, es hora de agregar sangre nueva al Santuario. No pareció comprender el motivo de mi ataque pero cesó en su intento de pedir explicaciones; nunca sabré si pretendía huir, contraatacar o llamar a alguien que lo auxiliara, porque no le di tiempo, bastó una concentrada Grand Cross para acabar con su vida y reducirlo a nada más que a un patético polvo que el viento hacía desaparecer con una suave brisa.

Triunfante, caminé por el lugar, recorriendo el que ahora sería mis aposentos. Con la muerte del Patriarca no tardaría el resto en darse cuenta de que alguien faltaba, pero estaba dispuesto y listo a ponerle remedio. Únicamente me tuve que vestir con los ropajes, unos idénticos a los del fallecido y todos los accesorios que este llevaba. Me senté en el trono dejando salir una leve risa llena de malvadad y superioridad.
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