El Laberinto de los Dioses

El castaño despertó en medio de un lugar desconocido. No había sol, ni luna, tampoco estrellas, sólo oscuridad y un camino de roca que se extendía hacia el frente. Tsukiya intentó ver lo que había debajo de ese camino estrecho, encontrándose con la nada. No podía sentir el viento soplar, tampoco escuchaba saltamones o algo parecido. Era una calma inquietante, lo hacía pensar que había muerto. Lo último que recordaba era haber sido atacado por el Patriarca. No, aquel sujeto no era el Patriarca. El viejo podía ser un tipo amargado, pero era como un abuelo cascarrabias, no un loco que atacaba a los santos bajo sus órdenes.

Caminó a través del camino de roca, el cual era inestable y temblaba, como un puente colgante. El chico reunió valor, deseando tener alas como los pegasos de la mitologia. Estuvo así un rato, con la vista fija en sus pies al no poder ver más adelante, caminando despacio. No sabía a qué estaba conectado ese camino, pero no se confiaba para nada. No podía saber si el final de ese sendero llevaba a algun lugar o si solamente conducía hacia una caída libre directo al infierno. Tenía que dejar de imaginarse cosas. Quizá sólo se había caído de la montaña y había terminado en uno de esos lugares secretos del Santuario, como los caminos escondidos en Piscis.

—Lo mejor será que no le digamos a nadie de esto. Con la actual situación del Santuario es difícil saber en quién se puede confiar y en quién no. —dijo Atem recordando las palabras del dríade. Lo que había sucedido lo confirmaba: probablemente había más de un enemigo infiltrado entre las filas de Athena y el Patriarca era uno de ellos.

Se tomó un momento para respirar el aire fresco que soplaba en la cima de la montaña. Habían logrado escapar a salvo, pero emplear su habilidad en ese laberinto había mermado considerablemente sus energías. Entonces escuchó las disculpas de Pegaso y miró en su dirección.

—Descuida, está bien. —respondió en tono amistoso. Realmente no se sentía ofendido; no era la primera vez que alguien lo juzgaba sin conocerlo, pero apreciaba que Tsukiya se hubiera disculpado por eso. Parecía ser un buen chico.

Se paralizó cuando lo escuchó mencionar al Santo de Piscis y fue como si su mente se bloqueara un momento ignorando todo lo demás. Quizás no le habría dado tanta importancia en otras circunstancias, pero todo lo que había pasado con Yusei lo había marcado de tal modo que todavía se sentía susceptible al respecto.

—¿Yusei...? —se mostró sorprendido— No creo que él pensara así —comentó más para sí mismo, sin realmente pensarlo, inconsciente de la sutil sonrisa que se había formado en sus labios y su mirada que parecía perdida en algún recuerdo. Quizás se debía a lo que sentía por él, pero le gustaba cuando Yusei actuaba de esa forma queriendo protegerlo del mal. Cuando se dio cuenta sonrojó y quiso arreglarlo—. Q-Quiero decir... quizás sólo quería protegerlos. Como cuando ves a un compañero en peligro y aunque sabes que puede defenderse por su cuenta, igual sientes la necesidad de darle una mano y... —hizo una pausa, desviando la mirada. Estaba hablando de más y de pronto se sintió avergonzado. Rápidamente cambió el tema—. Ahm, mejor olvida lo que dije —dijo apresuradamente y volvió a observar a Tsukiya— ¿Te molestaría si te pidiera que me acompañaras al pueblo? Necesito regresar pero utilizar la teletransportación en ese laberinto me ha debilitado demasiado. Puedo ponerte al tanto de la situación en el camino, creo que después de lo sucedido mereces saber lo que está pasando en el Santuario.