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Encuentros de media noche.

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Mensaje por Invitado Miér Sep 07, 2016 12:35 pm

Ser que deambulaba por las calles de la ciudad, el apogeo de varias energías se combinaba exquisitas atrayendo al espectro celestial, quien en su intensa necesidad por curiosear no dudó ni un instante en buscar un poco de dicha atracción.

Había pasado alrededor de tres meses desde la conversión pactada de haber vendido su alma innecesariamente por el simple deseo de una caprichosa venganza. Arraigada todavía a un sentimiento que reprochaba el clamor de sangre decidió emprender una misión personal, el Inframundo necesitaba más soldados y debía de hacerse con un ejército digno de finalizar esa fastidiosa guerra entre atenienses. Una nueva era daba la bienvenida a la humanidad que en su lecho disfrutaban de diversos placeres que construían con sus propias manos, inmersos en comodidades y tecnologías la creencia sobre antiguas leyendas se extinguía racionalizándose a sí mismos como superiores tras incursionar en su nueva doctrina casi ateísta. Áditi era uno de ellos y no le avergonzaba aceptarlo, marcada desde su más profunda desesperación aborreció los supuestos poderes divinos, se sentía desamparada, maldecía su destino.

Si aquello la iba a convertir en un monstruo entonces con gusto pretendería fungir ese papel, si tanto deseaban catalogarla como una aberración aceptaría el puesto sin dudarlo. Pequeñas masacres se vincularon desde la cacería de su propia estirpe, no se arrepentía de haber exterminado sus vidas ya que ellos fueron los primeros en arrebatarle la suya. Estoica la fugaz memoria de su niñez trataba de colarse más la ausencia de esa parte humana se desvanecía.

Elevó su cosmos, la sensación que le recubría en una bruma espectral simulaba la calidez que siempre añoró poseer. Infranqueable demostraría ser la mejor a pesar de que estuviera encadenada a servir a los propósitos ajenos de alguien cuyo rostro se le prohibía ver. Sin embargo, hasta ese momento era la única de su clase, el resto de sus compañeros espectros tal parecía seguían escondidos entre las sombras, su voluntad se debilitaba rayando en la locura ya que una voz sugerente la acosaba en terribles pesadillas de una hora que se avecinaba, pero al despertar no había nada.

Alguien… venga. – Murmuró cuando adrede elevó su cosmos liberando un perfume familiar, uno que solo espectros podrían reaccionar para que pudieran localizarla. Era arriesgado ya que incluso personas con poderes sobrenaturales tenían la capacidad de ir por igual.
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Mensaje por Invitado Vie Sep 09, 2016 12:31 am

El gélido soplo del crepúsculo y la turbia vida de los focos de la ciudad hacían de aquella noche una de las más lugubres y tranquilas a la vez. Los humanos reposaban en sus casas, ausentes del mundo terrenal para perderse en los territorios de Hipnos, mientras que solo unos pocos mantenían sus actividades bajo el cobijo de las luces artificiales. Gracias a ésta funebre combinación no hubo mayor reparo a la presencia de aquel espíritu maligno que en su reciente despertar aun atormentaba a los inocentes y desprotegidos en su búsqueda por un camino el cual seguir, en su búsqueda de aquel que la había convocado, en su búsqueda del señor del inframundo, Hades.

Una fémina d hermosas facciones pero la más pálida de las expresiones, un fantasma tan hermoso como peligroso que amenazaba con su pura presencia pero al mismo tiempo cautivaba como la más peligrosa de las flores envenenadas, se contoneaba por las calles de la ciudad Kaus. ¿El motivo de su existencia? un misterio, el llamado de los dioses que había hecho que todo suceso paranormal estuviese concentrado en el mismo punto pero que a la vez no revelaba nada de lo que el futuro deparaba. Solo una cosa estaba en claro y es que su solitario andar no podía seguir pasando desapercibido cuando tantos seres del mismo mundo épico ya habían sido avistados en los alrededores. Entonces, su llamado seguramente sería respondido pero la pregunta real era ¿Sería respondido por la criatura indicada?.

No...

El sonido de las sirenas de una patrulla se hizo presente en la lejanía pero la manera veloz en que se acercaba solo podía indicar que tenían un objetivo en vista, y claro, ninguna mujer ataviada en tan llamativa armadura podía pasar desapercibida, mucho menos cuando de su ser se escapaba un aroma que parecía marchitar todo a su paso, un aroma a muerte.

- Señorita, por favor acompáñenos al vehículo - Del auto habían salido los dos oficiales, uno tenía ya en su mano la pistola, ambos veían con seriedad a la mujer, al menos en lo que terminaba ésta de acercarse aun en su tranquilo paso. Pronto ambos hombres pudieron ver que la fémina con la que trataban no era de este mundo, quedaron embobados con su rostro pero al mismo tiempo un instinto muy primitivo asistió a su cuerpo, obligándolo a responder hostil a ese extraño aroma. Las pistolas se elevaron listas para dispararse, sin embargo nunca pudieron ser usadas ya que para cuando el dedo estaba en el gatillo, aquellos hombres ya estaban suspendidos en los hilos de la muerte y no, no se trata de una metáfora. Casi imperceptible, de hecho invisible para el ojo común, una decena de hilos habían rodeado ya el cuerpo de ambos humanos, su torso y extremidades sujetadas e inmovilizadas, sus cuellos rotos ante la fortaleza de lo que parecía ser el más delicado de todos los filamentos. Sus cuerpos suspendidos en el aire en la misma posición que un juguete de madera con un gesto cadavérico y una mirada apagada como el mismo cielo ennegrecido. Su muerte había sido tan rápida que probablemente ni lo habían notado... sin embargo sus almas lo resentirían por la eternidad ya que sin saberlo habían caído presas del mismo ser que tendría el incomparable placer de decidir su tortuoso destino.

- Estrella Celeste del Levantamiento... Driade - La voz que llamaba a la fémina era viril, fuerte, arrogante, el tono de alguien que ha estado acostumbrado a decidir por los demás, la voz de un jurado, de un ejecutor... la voz de un juez infernal - Has despertado - No era un simple comentario, era una afirmación, sus palabras tenían que hacer entrar en conciencia a aquella mujer de que no estaba ante cualquier personaje, y si los vocablos no bastaban para ello el mirar a la efigie que se posaba sobre el gigantesco poste de luz debía de borrar cualquier duda. Un hombre cuya altura y complexión eran notorias pero a su vez opacadas por una de las más exuberantes y pesadas armaduras jamás vistas, cuyos ojos cernidos en el más perfecto tono carmesí apenas resaltaba de entre la perfeccion de sus atezadas vestimentas. Sus pies soportados perfectamente en aquel extraño soporte con una mano ayudando a mantener el equilibrio y la otra aun sosteniendo los hilos que aun hacían colgar a sus más recientes troféos, todo acompañado de un par de alas que con su extensión parecían cubrir todo el firmamento aunque en realidad solo duplicaban el tamaño de aquel espectro.

- ¿Lo recuerdas... todo? - Finalmente cuestionó, El sonido de los cuerpos recién finados golpeando contra el suelo sirviendo como punto final para la pregunta.
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Mensaje por Invitado Vie Sep 09, 2016 11:26 am

Un leve rastro de dolor quemaba su ser, punzaba agobiándola al ser sumergida en una irritante soledad, luchaba por no desquiciarse ya que su psique arriesgaría los verdaderos deseos de aquel que aún seguía perdido. Odiaba su vulnerabilidad, sus manos de inmediato rebuscarían en su pecho más su armadura le impediría infligirse daño, no se lo permitiría. Estaba sofocándose, el tiempo no le brindaba consuelo al verse en una situación desamparada. De inmediato forzándola a salir de su ensimismamiento la aguda alarma de la patrulla la arrancaba de su letal demencia en una supuesta amenaza.

Clavándose finalmente en la superficie la faz de la tétrica mujer se asomaba por encima del hombro encendiendo sus orbes ámbar al ser interrumpida en tal procesión, no tenían ningún derecho de frenarla. La bruma que al principio parecía ser sutil se espesaba colérica ante una asesina intención de sofocarlos en el más exquisito de sus perfumes, no obstante, la interrupción de algo ajeno a su propia voluntad se encargaba de atar a los hombres en finos hilos. La portadora de Dríade no reaccionó, indiferente atestiguaba la danza de muerte a los que se sometían tales corderillos…

Eran hermosos, a pesar del espectáculo de ver masacrados a esos seres de bajo calibre se cautivó de inmediato por tales hebras que se tensaban platinas. Su expresión se suavizó dando un paso hacia atrás, una admiración creciente se cobijaba en su interior observando al autor de tal acto. – Áditi de Dríade. – El impulso de revelar su identidad le pareció algo extraño, no le conocía y al mismo tiempo tenía la noción de que una conexión más profunda se revelaba. Un tenue rubor empañaba la piel porcelana del espectro. La fémina se arrodilló dejando escapar su aliento tratando de contener su dicha, no era propio mostrar rasgos humanos, pero a tales alturas se sosegaría en el llanto si era necesario. Sin embargo, el planteamiento de una pregunta se manifestaba acentuando el conocimiento de lo que ella representaba, o quizá de algo mucho más complejo. La mujer de cabellos rubios cenizos respondería con humildad al negar con la cabeza. – Lo siento, lo poco que se me ha revelado solo ha sido como un fugaz sentimiento nostálgico, posiblemente debido a la ausencia del Dios del Inframundo. – Gradualmente su perfume dejaba de manifestarse en respeto al contrario que se apoyaba en un improvisado pedestal. – Aunque, si sé quién es usted mi Señor, mi vestimenta… le reconoce Juez de Griffo… – Inalcanzable estrella de lealtad, poder y súbita fuerza, era momento de levantarse.

Abandonando su postura tras rendirle pleitesía el silencio reinó, sus miradas se hallaron comunicándose a través de la mirada, o al menos en un idealismo fugaz quiso creer en los lazos que estaban destinados más allá de la muerte. En un efímero más banal percepción de estimar una conexión inexplicable el comunicador de radio dentro del vehículo llamaban a los sujetos incesantemente para saber el reporte de su situación, a falta de respuesta se especulaba que enviarían refuerzos. El espectro de la dríada ignoró el aviso.
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Mensaje por Invitado Dom Sep 11, 2016 10:18 pm

La espesa bruma violácea brindaba un toque mortífero a aquella noche. Sin lugar a dudas la mujer tenía la capacidad de hacer notar su presencia en cualquier lado ya que con ella venía la esencia de la muerte misma capaz de poner en paz a cualquier alma con solo respirar un poco de la misma. Era esta misma razón la cual había llevado al juez infernal a sosegar la vida de aquellos pobres humanos, el hecho de evitar que la neblina mortal se esparciese más hasta el punto de causar estragos a la redonda y evitarle el poder acercarse a la chica ya que, aunque el juez de Grifo era sin duda la representación misma de la arrogancia y se creía a si mismo la perfección entre los espectros, debía admitir a que tenía un profundo respeto hacia la flora del inframundo, y específicamente hacia Driade, la flor más peligrosa de todos los círculos del averno.

- Pero nuestro dios ya no está ausente... - Musitó de repente, sus vocablos viajando con el viento con una suavidad claramente inapropiada para su personaje. Un ligero paso en el aire le permitió despegarse de aquel soporte metálico en que estaba y en un solo momento se encontraba a si mismo en el aire, descendiendo con la más sutil delicadeza, sus gigantescas alas desplegadas de tal manera que privaban de toda luz a la chica puesto que lo único que se cernía sobre ella era la gigantesca sombra de la Estrella Celestial de la Nobleza. Solo un par de segundos, con la armadura negra soltando extraños destellos a cada reflejo de la luz artificial, y sus pies tocaron el suelo con un rose perfecto que apenas y se hizo sonoro a pesar del pesado material de su armadura. El juez finalmente estaba al alcance de la mujer, tan cerca el uno del otro que para quien no entendía lo sucedido la imagen hubiera sido perfecta para llevar al retrato. Los dos, hombre y mujer, firmeza y fuerza contra belleza y elegancia, las armaduras perfectamente delineadas en el mas siniestro de los colores y la perfección de las mismas al ser golpeadas por el azulado toque de la luna en las alturas. Sus ojos carmesí conectaron con los ambarinos orbes de la fémina y en ese momento pudo notar que era cierto, aun no recordaba mucho pero el alma del espectro ya estaba ahí, recordando el lazo que los había atado en infinidad de guerras santas, el lazo que los convertía en más que General y Seguidora. La estrella de la nobleza tenía un vínculo que le llevaba a buscar siempre que la estrella del Levantamiento le siguiera de cerca como el bello capullo que en algún momento endulzaría y decoraría su grandeza.

- Una vez más nos ha llamado... y yo, Kaizer de Grifo, Estrella Celestial de la Nobleza, Máximo Juez del Inframundo, te ordeno estar a mi lado nuevamente - Su mano fue extendida hacia la Driada con la misma gracia que un rey que concede a su caballero la gracia de seguirle a un lado pero la calidez del noble que desposa a su reina, exigiendo su confianza y su total devoción pero al mismo tiempo prometiendo la gloria y el esplendor de un nuevo motivo por el cual existir. Sin embargo, desconocido para estos espectros, algo ya se había estado gestando en las cercanías resultado de su pequeño juego de sadismo con los dos oficiales caídos ya que al no responder su reporte de actividad en una ciudad que tanto ha sufrido habían invocado al grosor de la fuerza de seguridad que investigarían el paradero de sus colegas.
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Mensaje por Invitado Lun Sep 12, 2016 1:22 pm

Contuvo el aliento, restringió sus movimientos, pero sobre todo encadenó su alma en un gimoteo imperceptible. No consideraba propio que se rebajara a su nivel, se veía ciertamente intimidada, ni siquiera se hallaba digna de permanecer en el mismo espacio que el contrario adquiría naturalmente como propia. Inquisitivos orbes rubí perpetraron la fisonomía de la espectro, los delineados labios finos de la fémina se tensaron ante la incertidumbre del siguiente cuestionamiento…

Ensimismada cerró sus orbes cuando la mano del juez se posaba en dicha invitación sobre su mejilla, Áditi apenas recargaba su rostro en anhelo mostrando un rubor que daba vida a sus pómulos, debería ser imperdonable llenarse de dicha para alguien de su clase, jamás contempló la posibilidad de ser hallada por semejante personalidad. – Si es la disposición de la cual debo estar atada, dichosa sea mi existencia por estar lazada a un destino cuyo líder sea usted mi Señor Kaizer. – Atrevida su diestra se alzaba sobre el dorso de la mano del pelinegro en una acción de que el contacto perdurara un poco más, quizá ser utilizada indiscriminadamente bajo un propósito egoísta no sería tan malo, comprendía en parte las decisiones las cuales su padre biológico dispuso de ella como un instrumento, aunque existía una indeleble diferencia y constaba de la seguridad de al fin llegar a un lugar al que podía pertenecer. Abriendo los ojos la fémina descubrió el temple de Kaizer, no la despreciaba, incluso era un trato más humano del que hubo recibido durante toda su vida. No estaba acostumbrada, pero estaba feliz.

Dándose cuenta de su irrespetuoso actuar parpadeó abrumada retirando su mano de inmediato retrocediendo, el canto de otra sirena se avecinaba justo en la posición donde ambos entes se reconocían como parte de algo más.. más grande. La siguiente unidad llegó, reportó una situación fuera de control al encontrar los cuerpos de los agentes a unos metros de distancia cercanos a la pareja. Avanzó delicada un paso, interpuso su silueta frente a la única razón que tenía para mantener un tesoro tan preciado para ella. – Ustedes. – Los hombres salieron de su unidad armados, apuntando directamente horrorizados, la sugestiva atracción de la mujer les impedía pensar con claridad a pesar de la escena tan violenta en la que eran testigos. – No son bienvenidos. – Reía mostrando una sonrisa que capturaba la perplejidad de aquellos conejillos temerosos. – ¡Déjate de tonterías! – Repentinamente un valor le catapultaba a accionar el gatillo, el estruendo impactaba sobre la sien, un rastro mínimo de sangre empapaba el costado izquierdo de la mujer.

¡¿ESTÁS LOCO?!... ¡LA ASESINASTE! – Varias unidades seguían acercándose, acordonaron un perímetro mientras la figura de la mujer se desplomaba de rodillas hasta caer en la superficie. – Ellos no son humanos.. – Trató de justificarse el oficial, aunque ni siquiera estaba seguro de lo que trataba de justificar.

Un aroma se desenvolvía, fragante, exquisito, todos se miraban confusos entre sí. – Tiene razón… no somos humanos. – La joven flor se erguía casi tambaleante, no le preocupaba la sangre que se había derramado, apuntó al cielo estrellado aumentando su cosmos, la imagen de un capullo envolvía tanto al juez como a la espectro, los pétalos de esa flor se abrían liberando varias enredaderas capturando cada cuerpo vivo e inerte. Gritos de horror, cada uno se consumía hasta apagarse. – Ahora arrodíllense ante él. – Sonrisas mortales le obedecieron mostrando su profunda gratitud, una nueva versión de marionetas que delegaban su innegable lealtad hacia el portador de Griffo. – Ahora estos nuevos retoños son mi regalo y ofrenda para usted, Señor mío.
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