Jardines de Hielo - Evento de año nuevo: ¡Valhalla de Gala!

Sean creía que se encontraba solo rodeado por las figuras de hielo, pero el sonido de pasos sobre la superficie de hielo y las conversaciones ajenas. Le pasaba siempre que observaba la naturaleza del mundo de los terrenos. Aunque Perséfone se encargaba de traer la primavera al inframundo, el césped le parecía más verde en la superficie y las flores tenían un aroma más dulce, un aroma que le recordaba a los días en los que no era un demonio poseído por la Lujuria. Se giró para mirar a la chica que se disculpaba con él por interrumpir.-Descuida, no pasa nada- le dijo a la chica sin cambiar la expresión severa de su rostro hasta que se dio cuenta de que no era la primera vez que la veía.-¿Yurika?- preguntó, acercándose para ver el rostro de la chica. Los ojos del pecado de la lujuria estaban completamente abiertos, como si no pudiera creer que esa persona estuviera ahí.

Cuando el hombre del ojo de cristal arrojó una colilla de cigarra a la flor que él había despertado Sean se sintió molesto, teniendo un deseo de acabar con ese sujeto. No soportaba a los humanos impertinentes que dañaban los árboles y las flores, era algo que tenía presente sin importar cuánto reencarnará.

Apretó los puños y clavó sus ojos dorados sobre el individuo, pero se contuvo antes de hacer algo estúpido, recordando que era un día festivo y que no podía causar riñas con los guerreros de otros ejércitos, ese era el acuerdo y no planeaba avergonzar a su diosa. Su atención regresó a la pequeña chica que tenía enfrente, ignorando por completo a la mujer que parecía ser el Santo de Géminis.

-¿No me reconoces? Soy Sean- sostuvo el rostro de la chica entre sus manos. Había pasado un año entero desde que dejó Alemania,  sin embargo recordaba los rostros de todos aquellos a los que consideraba familia como si se hubiese marchado ayer.

A medida que avanzaban los minutos más gente empezaba a llegar al patio y otros se marchaban. Bakura, en cambio, no se movía de su sitio. Apoyado contra uno de los muros helados del palacio permanecía de brazos cruzados observando sin interés el movimiento de los invitados, sin decir palabra alguna al respecto ni mucho menos atinar siquiera a acercarse a ellos. No lograba divisar rostros conocidos, ningún otro espectro que rondara los alrededores. No era como si le importaran mucho sus aliados, pero en un momento como ese algo de buena compañía le habría sentado bien.

Alzando la vista para contemplar el cielo negro que era adornado por aquella llamativa columna luminosa que era la aurora boreal se perdía en sus pensamientos, considerando la idea de abandonar el patio y volver al interior del palacio en busca de algo de diversión. Había pasado algún tiempo desde su llegada y con la presentación de más invitados pensaba que la fiesta quizás el ambiente adentro se habría vuelto más animado. Aunque tampoco podía negar que estaba disfrutando de la vista del exterior y la idea de quedarse un rato más tampoco le parecía muy mala.

-Sí, hay una buena historia para explicar mi desaparición- Sean mantenía esa sonrisa en su rostro, y no quería que esa alegria se opacara con la sombra de la guerra contra los Bersekers de Ares. Su hermana había desaparecido tras ese conflicto y muchas personas que conoció habían dado su vida para proteger la paz en su pueblo. No quería que un día especial en el que se reencontraba con alguien que consideraba tan cercana como una hermana se pusiera triste.

Abrazó a Yurika como si se tratara de alguien que hubiera regresado del mundo de los muertos-Te contaré todos los detalles en otra ocasión. Hoy es un día para celebrar y no quisiera que los relatos de una guerra lo estropearan. Nos has cambiado nada, sigues siendo la misma chica linda de siempre- Sean pasó acarició el rostro de la chica, secando las lágrimas con un pañuelo.

La vida le había quitado a Leah, pero le daba una segunda oportunidad al poner a Yurika en su camino. Iba a asegurarse de ser un buen hermano para ella.

Tomó a la joven de la mano, guiandola al interior del Valhalla. De pronto tenía un gran apetito que quería saciar y había eschado que ofrecerían un gran banquete. No conocía del todo el castillo, pero iba a ser divertido perderse junto a Yurika en un lugar tan grande. –Haremos una parada en el comedor, estoy muriendo de hambre-

La mayoría de los que habían estado en los jardines empezaban a retirarse. Al parecer, al igual que él, los otros comenzaban a aburrirse y volvían adentro del palacio en busca de algo que hacer; o al menos eso suponía Bakura, debido a que era eso lo que a él le hacía sentir la triste soledad y el silencio que inundaba sus alrededores. Tenía deseos de salir de ahí, quizás ir por algo para comer y beber o visitar la pista de baile en busca de un poco de diversión. «Debería regresar. Quizás adentro del palacio pueda encontrar a alguien conocido», pensó volteando el rostro hacia la enorme puerta de entrada al ver a un par de personas enfilar hacia el edificio. No pasó mucho tiempo hasta que por fin tomó una decisión «Sí, definitivamente eso es lo que haré». Sin más se encaminó hacia la entrada, dejando atrás los jardines de hielo y su bello aunque solitario y frío paisaje.  

Antes de que el salón del banquete abriera sus puertas a los invitados, el pequeño Poko avistó un pastel de cinco pisos con rosas de betún y fresas decorandolo, siendo irresistible para el menor. Se arrastró bajo la mesa y arrancó un pedazo del tamaño de su puño, haciendo un esfuerzo increíble por no manchar su traje de gala nuevo. Viktor se lo había comprado, aunque él había insistido en que podía usar la misma ropa de entrenamiento para asistir a la gala para estar cómodo.  Hizo un puchero, pensando que Viktor se enfadaría si ensuciaba ese traje que seguramente le costó un dineral, pero tenía demasiada hambre. Al final pegó el pedazo de pastel en su lugar con un resultado muy poco estético y salió corriendo antes de que los banqueteros lo vieran. Huyó hacia el jardín de hielo, él único lugar al que tenía permitido entrar. Los organizadores del evento le habían prohibido las otras habitaciones, advertidos por alguno de los dioses guerreros para que no causara problemas.

Se sentó en una de las sillas plegables con vista al jardín de hielo mientras se lamía el merengue de los dedos. Pensó en que le hubiese gustado estar al lado de Viktor en ese momento para ver el cielo. Cruzó sus piernas sobre el asiento de la silla y miró a los extraños a lo lejos, los que fueron invitados a pasar la noche de fin de año en el Valhalla. Se notaba a leguas que no eran de Asgard: sus pieles no se veían tan pálidas como las de las caras que conocía.