09 - La ciudad subterránea del hombre [Yuzu y Yuya]

Siguió avanzando a través del túnel, escuchando esa extraña voz de mujer susurrar en su oído, esta vez en un idioma que jamás había escuchado antes. Se detuvo cuando sintió que se estaba hundiendo. El suelo en esa parte era más inestable.-¡Arenas movedizas!- exclamó Yuya, invocando a su amigo Hipo para que lo ayudara a salir del aprieto. Hipo haló del brazo sano de Yuya, pero no fue capaz de sacarlo. Estaba enterrado hasta la altura de sus rodillas. Un temblor sacudió el túnel, ocasionando que el suelo se hundiera junto con el chico de cabello bicolor. Hipo lamió su rostro varias veces en un intento por hacerlo recuperar el conocimiento después de la caída. El hipopótamo rosado estaba asustado.-No te preocupes amigo, me encuentro muy bien- sonrió hasta que el dolor del brazo lastimado le regresó. Había olvidado que estaba herido. Se levantó del suelo con ayuda de su compañero animal. Habían caído en una cueva súbterranea diferente. En el techo podía ver el agujero por el que habían caído. El paladín de Saturno montó a Hipo, buscando una abertura diferente que pudieran usar para retornar a la superficie. Yuya se topó con una entrada de tres metros que parecía ser de construcción artificial, un rectángulo perfecto que no podía ser obra de la naturaleza. Se encontró con unas inscripciones misteriosas. En ninguno de sus viajes por el ancho mundo había visto algo similar a lo que estaba ilustrado en esas pareces desquebrajadas por el tiempo.

Se entretuvo con la escritura en la pared por un rato hasta que Hipo comenzó a ponerse nervioso. Su compañero rosado tenía un instinto para detectar problemas, y por la mirada de terror que tenía presentía que algo malo estaba por suceder. Las inscripciones de la pared se iluminaron, transformándose en murcielagos de ojos rojizos que lo persiguieron por toda la cueva. Intentó escapar montando a su hipopótamo, pero las alimañas eran más fuertes de lo que su aspecto quebradizo sugería. El paladín de Saturno se vio orillado a utilizar su guadaña con un sólo brazo para intentar alejarlas. Al tratar de cortarlas su brazo bueno cedía por el peso del arma.-Estas cosas no se rinden- dijo Yuya, haciendo que Hipo regresará a su forma de carta para no ponerlo en riesgo. El chico se escondió en una grieta, perdiendo a los murcielagos de vista. Su brazo estaba lleno de picaduras causadas por los colmillos de esos pequeños depredadores. Con el camino despejado, el paladín de Saturno volvió a ponerse en marcha. Encontró un camino que lo llevó a una sección diferente de la cueva. En esa parte ya no había inscripciones, pero se encontró con ataúdes abiertos. No había cadáveres en ellos, solamente montículos de polvo. Parecía que había caído en una especie de cementerio. Había féretros de roca por doquier, ordenados en hileras dentro de esa habitación circular. En el centro había una estatua de un hombre joven con una pañoleta en su cabeza, la única prenda que llevaba puesta: el resto de las partes de su cuerpo semi-desnudo estaba cubierto por una armadura compuesta por un taparrabos de zafiro y una coraza del mismo material.

Número aleatorio (1,3) : 1